12.3.08

naranja pasado

- Por qué ese nombre?

- Cuál?

- Naranja pasado. No existe ese color.

- Porque tú lo digas.. para mí es más real que colores que no entiendo o que no veo, como el rosa palo o el blanco roto.

- Aún así, no tiene sentido.

- Sí lo tiene. Verás: el naranja pasado es el color naranja de las cosas que fueron. Es aquel matiz que tenían las paredes y el suelo y los árboles iluminados por las noches sencillas. Es la tonalidad entre clara y apacible de irte a dormir sin que nada te pinchara dentro, escuchando ese grupo de música que acababas de descubrir y saboreando en el fondo del paladar historias que no caducaban.

- No sé si acabo de entenderte.

- Eso es porque tu estabas allí, en aquel momento, de una manera en que ya no lo estás. Y mientras hablas conmigo en esta falacia de diálogo en realidad no existes. Sigues siendo el producto final de lo que sea que yo quiera que seas.

- Aha...

- Sí. Y en aquel entonces, cuando todo era de color naranja pasado, tu existias de manera más real que nunca. No te acuerdas?

- Me temo que no.

- Da igual. Que no lo recuerdes no lo hace menos real. Y todas aquellas noches contándote las pecas, y todos aquellos amaneceres de sonrisas y caricias en que la luz del sol se colaba por las rendijas de mi persiana medio rota, y tus quejas por despertarte con sexo cuando en el fondo los dos sabíamos que no eran ciertas. Todo eso sigue en mi mente, iluminado por los anocheceres viendo películas de seis minutos con diálogos que carecían de sentido, y planeando, entre risas, cómo ibamos a pasear por el centro a la mañana siguiente si llovía y sólo teníamos un paraguas. Y fuera, mientras tanto, ese color que tú finges que no existe. Naranja pasado.

- Todo esto que dices es muy bonito.

- Te equivocas, mi amor, te equivocas. Lo fue.

4.3.08

el erizo

Le sonreiste a aquello como si no fuera más que un strike de chiripa de tu partida de bolos de dos rondas. Te rascaste la cabeza, en un gesto típicamente tuyo, un tic adquirido a fuerza de estar contigo mismo en los rincones más profundos de tu mente, y encontrar allí patrones de comportamiento que jamás te han gustado.

Te rascaste la cabeza, como te decía, y le diste la espalda a la lluvia. Qué más dará, pensaste, si aquí dentro estoy resguardado de ella.

Les hiciste la misma broma tonta de siempre, esa con la que siempre se ríen y la que siempre cuentan como anécdota tuya en las cenas con sus amigotes, y todos bromearon y le quitaron la misma importancia que tú ocultabas a patadas. Respiraron tranquilos, se relajaron, y tú seguiste con la ensalada de tripas que siempre sigue a cosas de esta índole.

Y ahora que nadie mira, todos duermen, y tú recuerdas dolorosamente que estás vivo, te miras en el pequeño espejo. Y te dices a ti mismo tonterías sobre ventanas que se cierran y metáforas que se follan a metáforas. Y frases que no quieres entender. Y que cada vez llueve menos en esta ciudad porque tú mismo montaste una fábrica de toldos. Y que qué suerte que tienes pruebas de no estar loco.

Y te duermes, con la angustiosa sensación de haberte tragado un erizo.




Menudo chiste.