12.12.06

Sigur Rós (V)

Supongo que tiene que ver con el frío.

Y en este caso la ambivalencia de la situación tiene su qué. Frío interno, y frío externo.

La piel me cosquillea mientras escribo, y es una sensación que, sin llegar a ser molesta, me incomoda. Lo mismo que siento por dentro. En el pasado hubieran sido angustias y noches sin dormir. En el momento actual no deja de ser un picazón en un lateral de las costillas. Allí donde las malas lenguas sitúan el corazón.

Borrón y cuenta nueva en una libreta cada año más vieja. Y con la banda sonora de siempre acompañándome. Y más frío. Y escarcha en el corazón, en la mente y en las palabras que quise haber dicho. Y hielo, hecho con las miríadas de pedazos de lo que podría haber sido y de lo que me ocultaste por cobardía o confusión.

Y mi rúbrica al pie de página. Una más, esta vez llena de la misma palabra, escrita una y otra vez. Desilusión.

Me despido pues, por hoy. Es la hora de marcharme. La nieve acecha ya, y debo correr a cobijarme a mi cabaña. Islandia es muy fría en esta época del año.

Cuídense.



P.D.: Se que tú (sí, tú) jamás leerás esto, pero en algún sitio tengo que escribirlo: no te has dignado a hablar conmigo... todo lo que he deducido ha tenido que ser por inferencias de tus actos. Ni te imaginas cómo duele. Ojalá pudiera odiarte.

1.10.06

de porqué solo escribo cuando estoy triste

Y mientras analizo esa frase y busco cómo contestarla, siento como mis conexiones sinápticas me responden con voz queda. Me hablan de sinergias entre penas y momentos. Si me paro ni que sea un segundo y reflexiono, veo la respuesta escrita en grandes letras en la pantalla de mi mente: me doy cuenta de que plasmar mis momentos tristes no es más que una consecuencia lógica que se deriva de la inercia. Una especie de ola marina que, al llegar a donde tu estás, te arrastra suavemente hasta la orilla. Escribir sobre ello sería el equivalente a dejar que mi mano dibuje figuras sobre la estela del agua.

De alguna manera tiene que quedar constancia escrita del qué y del porqué, muchas veces disfrazado de historia triste, historia críptica o simple riego de palabras sobre el manto de hierba de la creatividad. Para que cuando en otro momento, en otro lugar, pueda tener acceso a lo que dejé escrito, sea consciente de que aunque lo más importante sea el “hacia dónde”, siempre existirá un “desde dónde”.

Y si mi memoria persistente me falla y las alegrías del presente me convierten en (más) confiado y optimista, siempre tendré un baremo, con día, fecha, y hora, para que recuerde que, en ocasiones, cualquier tiempo pasado no fue mejor.


Compartirlo con vosotros es lo mínimo que puedo hacer.



(Y cuan difícil ha sido no plantear lo escrito en tercera persona...)




Para j, por servirme de inspiración.

24.8.06

Lluvia

Me siento como siempre, al borde de la ventana que da al balcón, y cierro los ojos durante unos instantes. Lo único que suena es la voz pura de Jónsi cantándole a las gotas, y el repiqueteo de éstas contra el suelo.

En el edificio de enfrente, por una ventana abierta, veo la juguetona danza de una cortina húmeda. Parece como si quisiera evitar el mojarse, en una noche donde los naranjas vuelven a ser el centro de atención.

Sopla una pequeña brisa y la piel se me eriza. A cada instante, a cada momento que saboreo, me convenzo de que no soy mas que parte de una sintonía. Un "re" en una partitura de sonrisas suaves. Aunque siempre, y con ese tono positivista que Sigur Rós me infunde a ratos, podría llegar a convertirse en un "si".

Inspiro hondo, como para acaparar toda la melancolía que pueda en los alveolos de los pulmones. Hasta mi llega el perfume color verde de los plataneros y las palmeras del patio interior. Es su manera de sonreirle al cielo, a la lluvia, a las nubes y al verano.

Y en la ventana de enfrente ha aparecido un anciano. Durante unos instantes he creído que nos estábamos mirando. Quién sabe si en este momento nuestra distancia mental era de centímetros. Cierra la ventana y termina con el baile de las cortinas, y desaparece hacia su habitación.


Es hora de que me acueste. Mi cerebro se alimenta de ese fondo de tristeza y karma que momentos así hacen aflorar, y en estos momentos rinde como una máquina de vapor enloquecida. Habrá que calmarlo con nanas.

Y justo cuando me retiro y ajusto la ventana, el anciano vuelve y deja un dedo abierto de la suya.

Voy a hacer lo mismo. Quizás en el fondo Ricky Fitts no andaba tan equivocado, y la belleza de las pequeñas cosas hace explotar sinapsis que ni creíamos que existían.

Si estuvieras aquí conmigo, dormiríamos tan juntos que amaneceríamos siameses...

15.8.06

Tan...

Tan cerca, y tan lejos a la vez. Tan frágil y a la vez tan petrea.. otrora pensaba que eras translúcida, y ahora no eres más que fría superficie opaca sobre mueble negro.

Tan dulce y tan amarga.. cruel aguamiel transformada en salitre del que se adhiere a los cuerpos.

Y que me llames misógino no dista tanto de una realidad que tú - vosotras - me habéis hecho adoptar.

No merece la pena. Independientemente de quien seas...

(Y Sigur Rós con su canción número ocho del disco sin nombre ponen coros a los pensamientos de un borracho triste... besos).

11.7.06

sexo (II)

Y sin haberlo calculado, estaremos entre sábanas blancas, vestidos tan sólo con una fina película de sudor y deseo.

Bailaremos los dos al son de tus gemidos y de los míos, siguiendo el compás que el cuerpo nos marque, tan rápido o tan lento como haga falta para que notemos cada movimiento en el palpitar de nuestras sienes.

Dejaré que me susurres palabras prohibidas, vicio y perversión en el oído mientras entro en ti, una y otra vez, una y otra vez... hasta dejarte sin aliento.

Mezclaremos nuestras lenguas en una danza salvaje y caliente, intercambio de saliva y ansias de comernos el alma mútuamente.

Y al día siguiente mis amigos se reirán y preguntarán de qué son las marcas que tengo en la espalda; y tú y yo sabremos que no pudiste reprimir el impulso de clavarme las uñas al notarme tan adentro.

Y al día siguiente tus amigos se reirán y preguntarán de qué son las marcas que tienes en el hombro; y tú yo yo sabremos que te las hice al morderte el tatuaje, notándote mientras me tenías debajo, controlando tus movimientos para que todo durara más. Una eternidad.



Morderte las estrellas para acariciar el firmamento con las yemas de los dedos. Qué curioso...



para m.

6.7.06

sonreir, o del amor (VIII)

Y volver a entrar en casa pensando en lo acontecido, viéndote a ti mismo participando en un juego que más que un juego es un pulso de voluntades. Y quien dice voluntades dice inercias. Sentir cada uno de esos momentos como un instante irrepetible. Recordar una y otra vez lo que dijiste y lo que te dijo. Y grabar con sangre en tu medula espinal aquel momento en que todo pareció perfecto, y tus estrellas y las suyas se enzarzaron en un último baile, convirtiendo aquella mirada en un tatuaje eterno. Ni falta que hace que sea en color.

Y para el espectador subjetivo solo fuisteis dos personas que se miraron, sonrieron y se rozaron la mano durante un leve instante.

Pero lo que a ti te mueve es saber que existe un antes porque existe un después. Y pones Smashing Pumkins a todo volumen, y escuchas Today con todas tus ganas y empeño.

Una sonrisa, un guiño. Gracias por dedicármela, Corgan...


"Today is ...
the greatest day I've ever known..
"



Y aunque todo lo descrito antes sean supuestos y nunca te haya pasado, qué más dará. Tiempo al tiempo y ya te encontrará...

2.7.06

de la Rusia que nunca visité

El tren aminora la marcha y él, consciente de este hecho, medio despierta de la superficialidad de su sueño ligero. El frío se cuela por una rendija del cristal roto de su ventana, y le cala hasta lo más hondo de su ser.

El paisaje no ha variado en lo más mínimo. Grises que acometen con rabia a tonalidades de verdes y blancos que nunca hubiera podido imaginar que existieran. Sigue nevando con fuerza.

Tiene miedo. El viaje ha sido largo y nada le asegura que el hambre se acabe al llegar a Tomsk, donde un posible empleo en la zapatería de su tío le espera. Su único equipaje son una raída bolsa de tela con dos camisas, una muda de ropa interior, un trozo de queso, un lápiz, una hoja de papel amarillenta, y dos fotos de ella.

No sabe durante cuanto tiempo ha viajado, ni es consciente de la distancia que le separa ahora de Moscú. Y qué más dará. Diez metros respecto a mil kilómetros no suponen una diferencia si no la tiene a su lado, susurrándole al oído que todo irá bien, que se tienen el uno al otro y que ya volverá a encontrar trabajo.

Eva siempre sabía convertir los vasos sucios y rotos en lindas copas de cristal de Bohemia, llenas hasta los topes de agua cristalina. Incluso aquellos días tristes en que volvía a casa, sin nada que comer, ella le consolaba abrazandole fuerte y distrayéndole con antiguas canciones aprendidas de su abuela. Nadie como ella para hacerle sonreir desde lo más fondo de su tristeza imitando la fuerte voz de los cosacos cantando la Kalinka.

Y entonces sonreía y recordaba su infancia en Omsk, y haber conocido a Eva en aquel tugurio de Bolshaya, y las historias de su padre sobre los Santos y los seres horrendos de sus antiguos cuentos, y el truco mágico de hacer desaparecer una moneda de cinco kópeks que un día le enseñara su hermano mayor.

El tren pasa por un tramo de vía semi helada. Él se acurruca aun más en el incómodo asiento, como si ese gesto pudiera protegerle del frío extremo de esa Rusia cruel, una Rusia que con el paso de los años se hace más pobre y dura.

Jamás la imaginó como algo tan mezquino. Una personificación de la maldad de la Baba Yaga de los cuentos de su padre que tanto le fascinaban y aterrorizaban.

“Hace tanto frío...” piensa de nuevo, encogiéndose en el pequeño compartimento vacío. Recuerda haber tenido compañía durante la primera parte del viaje, pero el frío extremo de la ventana debió haber ahuyentado hace horas a los dos viajeros que iban con él. Él no puede permitirse el lujo de cambiar de vagón sin un billete con el que justificarlo.

De repente algo cruza su campo de visión entre los árboles helados allí afuera. Lo ha visto como algo muy rápido, captado solo levemente pero asimilado por su cerebro como una forma humana, de eso está seguro. Como también es consciente del hecho de que nada humano sobreviviría allí fuera a aquellas temperaturas bajo cero. Ni se movería tan rápido...

Pega su cara a la ventana intentando visualizar de nuevo algo que le indique que se ha equivocado. Finas hebras de vaho congelado quedan pegadas al cristal, extendiéndose débilmente por el área sobre la que respira.

Está asustado. Débil. Confuso. Hambriento. Los ojos se le cierran del cansancio y las historias de su padre le rondan ahora por la mente. Estrecha contra el las dos fotos de Eva mientras piensa sin poder remediarlo en los seres de sus cuentos. Recuerda a la bruja Baba Yaga hambrienta de carne humana. Recuerda a Vourdalak la Sanguinaria y Eretica, con su forma de mujer que esconde una fiereza voraz. Recuerda a Zmeu en llamas. Recuerda historias de duendes, homúnculos, goblins. Y el miedo aun le hace encogerse más.

Y vuelve a ver algo, directamente delante suyo, a unos metros entre los árboles. Y esta vez está seguro de que es real.

Una cara horrible, con unos ojos enormes y amarillentos. El pelo blanco cayendo sucio por los hombros. Una nariz enorme y aguileña en un rostro hecho trizas, con carne putrefacta y con un aspecto áspero y curtido. Y al verse descubierta la criatura, una sonrisa que muestra una boca llena de dientes afilados y manchados de sangre.

Y le mira.

La bruja Baba Yaga.

Y lo último que recordará, en ese viejo tren, es ver a la vieja acercándose con rapidez al cristal, babeante, casi etérea mientras cruza el aire sobre su mortero de madera. Y el estallido del cristal cuando el horrendo ser golpea con todas sus fuerzas para llevárselo fuera y devorarlo.

Al cabo de media hora el tren parará en Tobol’sk. Y el revisor lamentará que algún gamberro tirara una piedra contra el cristal de ese compartimento, y aunque no encuentre la piedra que debiera estar dentro, le restará importancia.

Ahora tiene dos camisas nuevas y dos fotos de una chica bonita que pondrá sobre la chimenea.


“Teme a la vieja de patas flacas, hijo, pues su apetito es voraz y es el final de todas las cosas”.

23.5.06

Hoppípolla

Y como toda pausa de las mías, la falta de premeditación y la coincidencia entre el sentir y el expresarlo vuelven a ser habituales.

Vuelvo a mirar a lo lejos, evitando el mirar cerca, y Sigur Rós siguen siendo el instrumento (mi instrumento) para dejar fluir los dedos y escribir metáforas de un yo perdido.

¿Sabes que pensaba? Que seguirías escondido donde yo no pudiera verte, impertérrito ante el fluir de sentimientos por la sangre y las arterias. Esperando, al acecho, a que un resbalón de paraguas rotos te trajera un nuevo encuadre para esa foto que siempre andas buscando.

Y de tan equivocado que estaba al abrir las manos se me escaparon arañas grises.

Ahora que vuelves a estar conmigo no te dejaré ir sin aprovecharme de tu melancolía. Serás mi acompañante y mi abrigo. Serás mi saco roto de las ideas estériles. Serás el hueco donde guardar las agujas muertas que nunca tuvo mi reloj de arena.

Y así hasta el día en que vuelva a oir esa voz en directo, y de nuevo pueda volver a llorarle a las nubes que traen lluvia, y pueda dejarme ir, y volar alto, y creer que el mundo soy yo y lo que me rodea son ecos que me completan, para luego caer, morir, y renacer.

Sigo diciendo que hablas de esperanza.

"Við sjáumst tvö                                                "We see eachother
Í sjálfum mér" In myself"

20.4.06

la misma mierda (III)

Él sale lentamente y cierra tras de si sin hacer ruido alguno. De nuevo ha sembrado la muerte. No es justo, piensa. Malgasta sus horas, sus días, matando a sangre fría a gente que no conoce ni conocerá. Y todo para ganar dos puñados de dólares.

Enciende un pitillo y la oscuridad en que estaba sumido el pasillo retrocede al instante. Y apoyado en esa húmeda pared, llena de desconchados y luces rotas, medita sobre sí mismo.

Lo que él decía. Siempre la misma mierda.

Las caladas del cigarro van al compás de sus pensamientos tristes. Y por enésima vez desde que se metió en esto imagina su vida como una sucesión de errores y tristezas.

La ve pasar ante él como una película antigua. No una de aquellas que hicieron del cine una grandeza, sino una de las primeras. Las que aun mostrando una historia no tenian sentido. Como todo.

Discusiones de vecinos surgen desde las diferentes puertas. Sonidos de cacerolas y olor a refrito, señal segura de alguien cocinando. En una televisión lejana acierta a reconocer una película de acción. Una de esas en que muere mucha gente pero nadie sangra, y los malvados hablan mucho y sonrien poco. Pero en la realidad, lo unico que uno ve es la sangre. Manchándolo todo.

Y la vida sigue.

Baja la escalera con un arrastrar de pies, como si aparte de su cuerpo también arrastraran el peso de sus tristezas.

En el rellano del primer piso coincide con un niño que juega con una consola portátil. Recuerda su infancia, y sonríe al recordar lo que experimentó aquella primera vez, hace muchos años, en que mató a un ser vivo. Y la sensación de poder que le embargó.

El chaval alza la vista y sonrie como una burla. Y él se imagina acuchillandolo, una y otra vez, llenando las paredes con la sangre de ese chaval, castigándolo con saña. Pero no hace nada de eso, y sale a la calle.

Mira el cielo. Demasiado gris.

Se ajusta el abrigo y comprueba la navaja en su manga izquierda. La vida sigue. Joder.

Por el rabillo del ojo ve acercarse a un hombre con muy mala pinta. Y sabe por experiencia que si se acerca más no resultará ser casualidad, y será alguien contratado para ir contra él.

Y cuando el hombre le dirige una fea y torcida sonrisa él piensa: “Siempre la misma mierda.”

la misma mierda (II)

Ella cae despedida del golpe ante la puerta, y su chulo le escupe y da un portazo. Se incorpora, magullada. No es justo, piensa. Malgasta sus horas, sus días, vendiendo su cuerpo al mejor postor, a cerdos sucios y maleducados, que la tratan como escoria solo porque al pagar se creen con derecho a ello. Y todo para ganar dos puñados de dólares.

Enciende un pitillo y la oscuridad en que estaba sumido el pasillo retrocede al instante. Y apoyada en esa húmeda pared, llena de desconchados y luces rotas, medita sobre sí misma.

Lo que ella decía. Siempre la misma mierda.

Las caladas del cigarro van al compás de sus pensamientos tristes. Y por enésima vez desde que se metió en esto imagina su vida como una sucesión de errores y tristezas.

La ve pasar ante ella como una película antigua. No una de aquellas que hicieron del cine una grandeza, sino una de las primeras. Las que aun mostrando una historia no tenian sentido. Como todo.

Discusiones de vecinos surgen desde las diferentes puertas. Sonidos de cacerolas y olor a refrito, señal segura de alguien cocinando. En una televisión lejana parece estarse reproduciendo una película de amor, aquella tan conocida en la que chico rico conoce a prostituta y se enamora, y la saca del atolladero. Qué irreal.

Y la vida sigue.

Baja la escalera con un arrastrar de pies, como si aparte de su cuerpo también arrastraran el peso de sus tristezas.

En el rellano del primer piso coincide con un niño que juega con una consola portátil. Recuerda su infancia, y sonríe al verse ante el espejo, jugando a hacerse mayor y gustarle a los chicos.

El chaval alza la vista y sonrie como una burla. Y ella se imagina entonces que ese es su hijo. Que tiene un hogar, y un marido, y que es feliz, y y que le coge de la mano y que salen a la calle, y luego le compra unos caramelos y vuelven contentos a casa. Pero no hace nada de eso, y sale a la calle.

Mira el cielo. Demasiado gris.

Se ajusta el vestido y y comprueba su maquillaje, mientras se dirige a coger un taxi. La vida sigue. Joder.

Por el rabillo del ojo ve acercarse a un hombre con muy mala pinta. Se muere de asco solo con pensar en que pueda ser un cliente. Reza porque pase de largo.

Y cuando el hombre le dirige una fea y torcida sonrisa ella piensa: “Siempre la misma mierda.”

19.4.06

la misma mierda (I)

Él sale de golpe dando un portazo. De nuevo una discusión con el capitán, y siempre por la misma mierda. No es justo, piensa. Malgasta sus horas, sus días, jugándose el cuello en las sucias calles, persiguiendo a delincuentes y arrestando a malnacidos. Y todo para ganar dos puñados de dólares.

Enciende un pitillo y la oscuridad en que estaba sumido el pasillo retrocede al instante. Y apoyado en esa húmeda pared, llena de desconchados y luces rotas, medita sobre sí mismo.

Lo que él decía. Siempre la misma mierda.

Las caladas del cigarro van al compás de sus pensamientos tristes. Y por enésima vez desde que se metió en esto imagina su vida como una sucesión de errores y tristezas.

La ve pasar ante él como una película antigua. No una de aquellas que hicieron del cine una grandeza, sino una de las primeras. Las que aun mostrando una historia no tenian sentido. Como todo.

Discusiones de vecinos surgen desde las diferentes puertas. Sonidos de cacerolas y olor a refrito, señal segura de alguien cocinando. En una televisión lejana parece estarse reproduciendo una serie de policias, una de esas en que los coches vuelan y estallan, nadie muere, y los jefes no gritan ni te humillan. Y además, los buenos siempre escapan con la chica.

Y la vida sigue.

Baja la escalera con un arrastrar de pies, como si aparte de su cuerpo también arrastraran el peso de sus tristezas.

En el rellano del primer piso coincide con un niño que juega con una consola portátil. Recuerda su infancia, y sonríe al verse jugando a polis y ladrones por las callejuelas del barrio de sus padres.

El chaval alza la vista y sonrie como una burla. Y él se imagina reprendiéndole el estar allí solo, y se ve cogiendo sus datos y llamando a sus padres, y quitándole esa mirada burlona de su rostro en un momento. Pero no hace nada de eso, y sale a la calle.

Mira el cielo. Demasiado gris.

Se ajusta el uniforme y comprueba su arma, mientras camina hacia el coche patrulla. La vida sigue. Joder.

Por el rabillo del ojo ve acercarse a un hombre con muy mala pinta. Por instinto roza el revólver con la mano izquierda, en tensión.

Y cuando el hombre le dirige una fea y torcida sonrisa él piensa: “Siempre la misma mierda.”

lo que pienso

- Qué piensas?

Pienso en juntar tus labios con los míos.
Pienso en abrazos fuertes con sabor a miel, y olor de lluvia refrescante, una de ésas que cae a medio verano y que te hace sonreir sin quererlo.
Pienso en besarte el cuello, recorriendo cada centímetro con mi lengua, y morderte sin que duela, pero llegando al hipotálamo.
Pienso en mirarte a los ojos y contar hasta tres, en esa aritmética básica que tú y yo sabemos, que te impide pasar de los cinco segundos sin regalarme una sonrisa.

Y pienso en que cada vez que se te dibuja esa forma en los labios pintaré otra cruz de color rosa en mi libreta de las hazañas.

La misma libreta, claro está, en la que los círculos azules señalan las canciones que te hice apreciar.


Para G

9.3.06

un día en el Puente, o homenaje a William Gibson (I)

Se dirige a la puerta de la tienda evitando pisar los restos de sangre de la trifulca del día anterior. En estos tiempos que corren, Boomzilla sabe que en la zona del Puente conviven unas quince enfermedades contraíbles por el mero contacto con sangre infectada. Y como Boomzilla no es tonto, va con cuidado.

Esta mañana, al salir de su refugio ha encontrado unas piezas rotas de hardware que deben de haberle caído de un bolsillo a algún hacker con prisa. Sin dudarlo un momento las ha cogido para venderlas en el i-Desires, una supuesta tienda de comestibles que oculta en su sótano uno de los negocios de contrabando más rentables del Puente. Allí puedes encontrar sprays de defensa, todo tipo de drogas, software ilegal, hardware neural, armas de gran calibre importadas del este, latas de comida no artificial, y un largo etcétera de lindezas. Chip Roto le dijo una vez a Boomzilla que había visto incluso lo que parecía una cabeza nuclear vacía en una de las alacenas. Pero Boomzilla no está tan loco como para creer a un adicto al dancer como Chip Roto. Estando bajo los efectos de esa droga, bien podría haber visto a Dios hablándole en inglés.

Así que al salir de i-Desires, el turco que la regenta ya le había dado tres chips de crédito con los que aplacar el hambre de días. Boomzilla le ha sonreído con falsedad mientras pensaba para sus adentros que ese imbécil usurero no merecía seguir con vida. Toma nota mental de que cuando tenga suerte y salga de toda esta mierda, volverá a esa sucia tienda y la quemará, con el turco dentro. Así aprenderá que Boomzilla no se deja engañar, aunque sea pequeño.

Al llegar a la entrada del Lucky Dragon, Boomzilla sopesa en qué gastará todos sus créditos. Aunque el hambre apremia no dejará de darse el gustazo de invertir una parte del dinero en esas chucherías que cambian de color. Esas que según versa la etiqueta están hechas en Francia. Boomzilla también ha oído decir a otros niños del puente que en algun envoltorio viene un premio que consiste en un viaje a las fábricas de donde procede el dulce. Pero el nunca creería algo así. De hecho, nisiquiera sabe seguro si Francia queda más lejos que Brooklyn. (hace tiempo oyó decir a un viejo que tras la explosión del Puente la geografía se había convertido en historia, y que era imposible llegar a ningún lado sin morir de radiación.)

Abre la puerta y al instante nota el aire viciado, cargado de sustancias que impiden la enfermedad que proviene del Puente. El encargado de la tienda, un coreano malcarado y tuerto, le mira desde detrás del mostrador antibalas. La superficie forrada con una especie de aleación de polímero y kevlar brilla con un tono pálido. Boomzilla sonríe recordando que sustituyeron el cristal antibalas el día que un árabe desquiciado disparó un bazooka a bocajarro tras una discusión con un holandés terco que hacía las veces de Guardia de Seguridad. Tardaron semanas en limpiar todos los restos humanos de las paredes.

Se esconde de la mirada del coreano paseando entre los estantes de armas legales, y comienza a calcular cúanta comida puede comprar con su dinero. Oye un ruido al fondo de la tienda, y al alzar la vista ve a un hombre negro intentando disimular, pasar desapercibido, con una cara de asustado que al instante hacer pensar a Boomzilla que es un mierdas en problemas.

En ese instante, se oye la puerta de la tienda abriéndose de nuevo...

(continuará...)

2.3.06

maga o de un paréntesis en mis memorias (II)

"Mi querida solución lumínica,
desde que te has ido mi calle es gris plomo,
las paredes de mi cuarto blanco agrio,
y mi jardín varillas de paraguas.
Tenías curiosidad y te aventuraste,
entornando los ojos hasta alinearlos con el horizonte.
Y un sin-ti a vapor te fabricaste,
prometiendo besos sin boca, mañana.
Un asterisco en la palma de mi mano,
una acotación de tu puño y letra.

Me permito este disfraz para que no duela cuando vuelvas."


P.D.: O como ser yo sin permitirle serlo. Disimulando, claro. (lo que tú digas...)

1.3.06

maga o de un paréntesis en mis memorias

Es una voz fina carente de acento. Y muchas veces entra en mis pensamientos y de allí extrae letras.

No se si Maga las compuso antes de que mi mente navegara por esas ideas. El caso es que siempre me veo escrito. O descrito.

"Quisiera escribirte rayando el aire,
palabras que el viento no te pueda robar.
-he tocado las estrellas- me dijiste susurrando,
y tenías cicatrices que podían demostrarlo.
ven y tráeme síes y noes.
nadie lo sabe, no quieren saber
que en tu almohada se oye, cansada, la nada.
dibújame desnudo con un lápiz de carbón,
y tú me dibujaste vestido de lágrima.
ven y tráeme síes y noes.
nadie lo sabe, no quieren saber
que en tu almohada se oye, cansada, la nada silbar."

Maga - Como Nubes A Mi Té

25.2.06

sexo

Dentro. Despacio. Poco a poco. Notando tu sexo y el mío. Sensación caliente mientras miras a los ojos. Fíjamente.

Morderse el labio y entrar más hondo, buscando convertirse en uno donde hace unos minutos habían dos.

Moverse lentamente buscando la comunión de cuerpos. Acariciar y besar dulcemente mientras entro, una y otra vez, sin pausa ni descanso.

Sorprenderte durante unos instantes al poseerte con todas mis fuerzas mientras te muerdo en el cuello. Y volver al bals de antes, rítmico y de paso suave.


...y pasarme así horas, hasta que no puedas más, el sudor nos cubra y las mejillas nos vayan a estallar en rojo carne.

Y que te acuerdes de mi mañana cuando despiertes entre sábanas cálidas.

Y que me acuerde de tu sabor, de tus gemidos y de tu cuerpo desnudo moviendose sobre el mío.


Se llama sexo.

24.2.06

querido diario (de un astronauta)

Querido diario:

6.00 Me he despertado esta mañana muy temprano. El Sol aun no podía verse desde la escotilla de mi camarote. A esta hora nuestra órbita nos lleva por encima de China. He intentado ver la Gran Muralla desde aquí, pero no se puede: como tantas otras cosas no es más que una leyenda urbana eso de que se ve desde el espacio.

6.20 He salido del camarote ya vestido y he tomado el desayuno. El ruso y el chino han llegado más tarde que yo y con más cara de sueño. Tantos días aquí parecen habernos cambiado la percepción, y el no ver días y noches convierte nuestro ciclo de sueño en una autopista de subidas y bajadas de ánimo.

8.00 Primera comunicación del día con los de ahí abajo. El Jefe de Misión es un verdadero hijo de puta cuando las cámaras de los periodistas no asoman por la puerta de su despacho. Ante ellos es todo risas, pero cuando el led rojo de grabación se apaga se convierte en un auténtico cerdo. Es difícil de soportar a esta distancia.

10.30 Por primera vez en dos semanas puedo ver en vídeo un mensaje de mi mujer. La calidad es pésima, como la de una cinta de los años cincuenta, remasterizada y pasada a color por una jauría de koreanos malcarados.

10.35 Estoy llorando. A los dos minutos de visualización ya me había dado cuenta de que su mensaje no era otra versión ñoña de sus "te echo de menos" arrugando la nariz. A los cuatro minutos ya había dicho "divorcio" dos veces. Las lágrimas parecen irreales aquí arriba, creando formas imposibles en gravedad cero. Las recojo con un recipiente hermético. Es curioso que algo que en la Tierra es inofensivo pueda suponer una amenaza en una estación espacial: si acabaran cayendo sobre algún control podrían dañarlo, y tres astronautas moriríamos, a miles de kilómetros de nuestros hogares.

No se si me parece tan horrible ahora que ella no estará conmigo.

14.00 El ruso ha estado desaparecido durante toda la mañana. Su Control de Misión es, si cabe, más riguroso y exigente que el mío. Apenas si duerme unas cuatro horas al día, y siempre está encerrado en el laboratorio experimentando. Cuando ha salido al comedor de la estación, venía farfullando cosas incomprensibles. Demasiada presión. Sus ojeras y su aspecto cansado le delatan. La sonrisa que me brinda al aproximarse flotando hacia la mesa no es más que fachada.

Cinco meses aquí dentro destrozan a cualquiera.

14.15 Lee Yuang entra con aspecto descansado y jovial. Es mucho más joven que nosotros (apenas debe rondar los veinticuatro) y siempre muestra un aspecto de estar por encima de todo y de todos. En su país parece haber sido una especie de niño-prodigio de la investigación espacial, y su Agencia le premió con un billete de primera fila para venir aquí. Nunca deja ese gesto de superioridad y se muestra pedante y altivo. Andrei y yo estamos hartos de él. Que le jodan. Por suerte, se irá pronto.

16.20 Ha habido un problema en los tanques de oxígeno. Estaba realizando unas comprobaciones de rutina en los controles principales, Andrei estaba fuera en misión de redireccionamiento de los paneles solares y Lee estaba manipulando la radio. De repente ha comenzado a sonar la alarma. Yuang ha reaccionado fatal: el pánico ha podido con él. Es normal, joder: tres astronautas hacinados en un cascarón. (Aunque sea tan grande no es más que una versión mayor de la Estación Espacial Internacional del siglo XXI.) Claustrofobia. Miedo al fracaso. Qué mas da lo que le haya cogido...

Cuando Andrei Volkov ha subido a bordo me ha encontrado a mí desesperado mirando en el ordenador los parámetros iniciales del control de oxígeno. Yuang tenía flotando ante sí toda una ristra de servo-mecanismos sacados de una pesadilla de ciencia ficción de un escritor borracho. Lenta, calmadamente, nos ha mirado a los dos y ha ido a su camarote. Confieso que he mirado a Lee preguntándome si el ruso ya habría perdido la chaveta, y si quedábamos ya solo dos en la estación.

Instantes después, y sin mediar palabra, Andrei ha salido con una antigua llave inglesa en la mano, y ha golpeado con todas sus fuerzas los tubos remachados junto al tanque de oxígeno numero tres. De inmediato las alarmas han dejado de sonar. Andrei ha mirado a Lee fíjamente y le ha dicho:

- Cuando comenzó la carrera espacial, la NASA invirtió miles de dólares intentando inventar un bolígrafo que escribiera en gravedad cero. Les costó años y sudores. ¿Sabes como lo arreglamos los rusos, estúpido y engreído amarillo?
- No...
- Usamos lápices.

Desde entonces Lee no ha vuelto a molestarnos.


19.00 Estamos cansados de infinitos experimentos, comprobaciones, re-comprobaciones, puestas a punto, tests. La gravedad cero nos tiene desorientados, no distinguimos apenas sueño de vigilia. Todo se nos hace pequeño y la vista del espacio exterior que a los dos días aun parecía impresionante se ha convertido en otro motivo más de hastío. En nuestras agendas tenemos marcada esta hora para otra sesión más de cara a la galería. Rodando..

19.10 Se abre un enlace directo con las Noticias Globales de la Red. Todo está ensayado. Preguntas fáciles, nada incómodas, y unas respuestas preparadas ya desde dos días antes de partir. Sonrisa sonrisa, respuesta, sonrisa sonrisa. Por turnos.

Y por dentro pensando en que ella no estará cuando vuelva. Esto es de locos.

22.30 He pillado a Lee llorando en su camarote. Me he dado cuenta de que llevaba un rato haciéndolo porque a su lado danzaban gotas y gotas de lágrimas. Algunas formaban una fina película enredada en mechones de su pelo. Otras flotaban como riéndose de su tristeza.

No le he dicho nada. Llora porque, como Andrei y yo, está sólo. Con nosotros, pero solo. Nada te prepara para el espacio.

23.50 Escribo estas últimas lineas con mi cabeza a punto de estallar. Tengo demasiadas cosas en mente, demasiados experimentos que repetir, demasiadas comprobaciones pendientes, demasiadas puestas a punto... todo se me echa encima.

Invertiré mis últimos diez minutos de consciencia del día de hoy intentando recordar porqué me hice astronauta.

Espero recordarlo.

Buenas noches.

21.2.06

vainilla

Vuelve a maravillarse por última vez ante la imagen de ella. Ojos azules, o quizás verdes. Piel blanca como nieve, o quizás morena y el pelo corto y de un negro intenso. O quizás lleve melena rubia.

En todo caso, él danza con la brisa mientras todo se le rompe dentro. Y va haciendose borrosa, conforme pasan los segundos, y él vuelve a darse cuenta de que incluso en sus sueños no es más que un idiota que sabe que está durmiendo, y que de un momento a otro se va a despertar.


"ÉG SPRING ÚT OG FRIÐURINN Í LOFT UPP", le dice la mirada de ella justo antes de saltar.

O quererla de manera no ambigua, sin importar la bidirección, y con una tonalidad levemente vainilla, que resurge desde el fondo de la cornea con una progresiva tendencia a llenarlo todo.



P.D.: Se me quedan cortos los tiempos verbales cuando escucho a Jónsi cantar de nuevo, y tengo que levantarme de la cama a toda prisa para que no se me lleven las letras la oscuridad y el sueño.

10.2.06

de mi pasado

Ayer soñé contigo. Tras una conversación en la que fuiste nombrada.

Volví a leer en la lluvia aquellas esperanzas y aquellos planes. Aquel verme a mi mismo en un tiempo conjugado que solo podía llamarse "futuro perfecto".

Ni tan siquiera recuerdo qué hacías en mi sueño. Puede que jugaras de nuevo a sonreir arrugando la nariz, y a darme golpecitos en el tobillo por debajo de la mesa, cuando nadie sabía aun de lo nuestro. Quizás pensara en todas aquellas mañanas abriendo tu ventana, sonriéndole al verde y al aire limpio. Cuando me sentaba en una silla y ponía aquella nuestra canción (una de tantas), y te miraba con ternura hasta que despertabas, y creía que el pecho me iba a estallar de amor.

Tiempos pasados, en los que nos dimos tantas cosas...

Tu me diste perspectiva y dirección. Yo te di curvas y tangentes.
Tu me diste travesuras. Yo te di apoyo.
Tu me diste empatía. Yo te di los colores por debajo del rosa.
Tu me diste esperanza. Yo te di sueños.

Y fue un tuya-mía que el viento se llevó, siempre pensé que a medias. Sobretodo aquellas noches que fueron tu último regalo. Las de no dormir ni comer, y sentir un dolor tan hondo que el llorar era imposible.

Tras todo este tiempo, soñar ahora contigo y sonreirle a la vida no es más que una prueba de que no hay mal que por bien no venga. Y no sentir más que cariño hacia los momentos buenos y calmada indiferencia hacia los momentos malos demuestra que uno siempre siempre puede rehacerse a si mismo.

De todo corazón... gracias por poder decir, a día de hoy, y escuchándoles a ellos por enésima vez... que soy mucho más feliz.


P.D.: Quizás ya no sea tan David Aames, quien sabe! :)

31.1.06

predestinación o falacia de un nosotros

- Es la de la derecha.
- Joder Marta, llevo años haciendo este trayecto y se perfectamente que esta no es la salida - le contesta él enfadado.

Dani se concentra de nuevo en la autopista. Lleva demasiadas horas al volante. Demasiadas horas despierto. Demasiado tiempo con ella. Tarde o temprano, en una de esas discusiones tontas que ninguno de los dos sabe como empiezan, comenzará a florecer de nuevo la semilla de otra separación. Es cuestión de tiempo.

- Te sigo diciendo que era aquella salida. La próxima ya te saca por Rambla Prim, y tendremos que volver atrás... - sigue rechistando Marta, mientras rebusca en la guantera a la caza de algún viejo cassette de música.
- Déjame en paz.

Lo pronuncia con hastío, con una sequedad que hace del aborrecimiento una firma audible. Ella lo mira, y por un instante el también se gira a mirarla, y ambos saben que esas tres palabras eran un eufemismo de un adiós para siempre. Fin de trayecto de demasiadas idas y venidas. Remate final tras años de aguantar porqué sí, por miedo al qué dirán, al qué harás y al qué haré.

Y justo en el momento en que los dos se hacían conscientes del final de lo suyo, el trailer de cinco toneladas que circulaba a cien kilómetros por hora en sentido contrario no puede evitar la colisión frontal contra ese pequeño vehículo que se ha salido de su carril.

El impacto es brutal y devastador, y todo sucede en menos de un minuto. Tanto el conductor del trailer como los dos ocupantes del vehículo mueren casi al instante por la violencia del choque.

Pero detengámonos en esos instantes antes de que todo acabe. Juguemos un poco al ser dios de las pequeñas cosas. Introduzcámonos lentamente, como en un sueño, por la ventanilla del pequeño Seat Ibiza. Echemos una mirada a ese instante congelado a milésimas de segundo de morir aplastados en un amasijo de metal, cuero, hueso, cristal, sangre y capas de pintura roja de la barata. Intentemos pues, en ese momento, captar toda la esencia de lo que para ellos es el presente.

Y mientras aun saboreamos la volatilidad de ese adios, y pensamos en un triste entierro de una pareja feliz hasta ese trágico momento, y cuando aun podemos suponer fotos suyas juntos en los estantes de todos sus familiares... y tal como se preguntaban los filósofos en otros tiempos ante la afirmación "¿Hace ruido un árbol al caer enmedio del bosque si no hay nadie allí para verlo?"....

Pensemos en sus almas cinco segundos después de ese instante.

¿Juntos? ¿Separados?

18.1.06

el jinete

Corre entre los árboles, sin mirar atrás.

Oscuridad. Ramas que le azotan el rostro provocándole rasguños. Piedras y hojas que se empeñan en intentar hacerle caer.

Mientras salta el tronco podrido de un viejo roble, vuelve a oir esa especie de susurro siniestro, y un galope de sonido inquietantemente lento. Presa de otro ataque de pánico vuelve a trastabillar hasta golpearse un brazo con una piedra.

De nuevo oye solamente su propia respiración. ¿Se lo estará imaginando todo?. Da igual, sólo piensa en correr y salvar su vida de lo que sea que le persigue.

Tropieza con unas raíces y se tuerce el tobillo. Golpea el suelo con la cabeza, y al instante sabe que la herida es profunda. Se encuentra de nuevo en el camino pedregoso que cruza el bosque, y con esa capacidad de reacción que siempre inyecta la adrenalina pura, es consciente de que tan solo se encuentra a una o dos millas del pueblo.

Se apoya en los brazos y se incorpora, mareado y con arcadas. A la luz de la luna llena puede ver los reflejos de su sangre oscura en el pequeño charco que ha dejado. "Rápido, incorpórate", se dice.

Nota un olor como de carne pútrida, de huesos raídos y descompuestos. Oye de nuevo el galope, esta vez más rapido, y en cuanto consigue ponerse en pie vuelve a correr a toda prisa, ciego de miedo y horror. El susurro de nuevo: le parece una lengua oscura, desagradable e hiriente. Y cada vez le parece más cercana.

Un giro en el pequeño camino, y ya ve a lo lejos las luces de las primeras granjas. Corre tan rápido que los troncos de los árboles parecen danzar burlonamente a ambos lados de la senda, como espectantes ante un posible espectáculo de carne, vísceras y sangre.

Comete el error de girar el rostro para ver qué es lo que le sigue.

Un hacha como un relámpago pasa silbando tan cerca de él que le corta media mejilla. La sangre le salpica en los ojos y casi le ciega. Las piernas le fallan, y definitivamente dejan de funcionar ante el shock.

Rueda por el camino hecho un ovillo, esperando la muerte de alguna manera u otra, magullándose la espalda con las piedras del camino. Y se vuelve a oír un relincho de pesadilla, una especie de eco, la imitación de lo que tendría que ser un caballo... salido del mismo infierno.

Mantiene los ojos cerrados e intenta controlar su respiración desbocada. Se tapa la cara con los dos brazos y reza al Señor las pocas plegarias que recuerda de su infancia. "Señor, protégeme del Mal..."

El susurro se convierte en una voz podrida. Oye desmontar a alguien (o algo) de esa especie de caballo demoníaco que nisiquiera ha visto. Pasos cortos y pesados que se acercan a él. Y vuelve a oler a carne muerta, a gusanos, a putrefacción y tumbas antiguas...

Lo que sea que le ha herido se agacha a su lado durante unos instantes que el miedo hace eternos. Algo después se levanta, y el pobre chico oye el lento desenvainar de una espada. El pánico que siente es tal que la cabeza le da vueltas.

Y como todo está ya perdido, abre los ojos y lo ve.

Tiene cerca de dos metros de altura. La luz de la luna ilumina de manera tenue su figura, lo suficiente como para que pueda ver que viste una armadura oxidada y negruzca, llena de podreduras. Allí donde la carne debería asomar solamente se ven girones de piel y hueso, cubiertos de polvo y gusanos que se retuercen como locos. La larga capa negra ondea con un leve soplo de viento. Los guanteletes y las botas parecen de color carmesí, pero no es más que el efecto de capas y capas de sangre seca. Sangre que seguramente, no será la suya.

La lluvia comienza a caer con finos trazos, y un relámpago ilumina a la figura justo en el momento en que levanta el brazo izquierdo. Y está sujetando algo...

"Dios Santo... no tiene cabeza..."

El chico nisiquiera está consciente en el momento en que el mellado filo de la espada penetra la carne del cuello y le decapita limpiamente.

Las últimas imágenes que permanecen en su retina, cuando su alma se retira de este mundo, se antojan irreales... la calabaza horrenda, desfigurada y descompuesta que sujetaba el jinete... el negro caballo alzándose sobre sus patas traseras, y las cuencas vacías de sus ojos manando sangre...

11.1.06

mediolleno

Y Raúl se incorpora de la cama y se olvida por un momento de su brazo izquierdo roto. Se levanta, ganando el pulso al frío de la noche seca, y coge un lápiz de las de la estantería vieja.

Cuando se planta en el estudio y se hace un hueco entre las hojas de apuntes de sus compañeros de piso, ya tiene una idea fija de lo que le había susurrado un ángel en sueños. Hace una pausa, suspira levemente y deja que su mano haga de puente. Como tantas otras veces.

"Que ya está bien de medias tintas (o de tinteros vacíos). Ládrale fieramente al concepto de ti mismo y a esas ideas locas que estiran de lados contrarios hacia direcciones inverosímiles.

Te veo caminar y la imagen que se lleva mi retina arrastra tras de si una cola como de cometa, construida con esas sonrisas que en ocasiones cuesta tanto conseguir.

Cuando me fui una parte de mi se quedó ahí tumbada, anhelante, mirándote con ternura. Y esa misma parte es la que estuvo ahí, bajo ese edredón, la noche siguiente. Cuando pensaste que no hacía tanto frío. Cuando pensaste que The Postal Service estaban bastante bien. Cuando recordaste que te besé sin descanso."

No vuelve a repasar lo que tiene escrito. No es su estilo, nunca lo ha sido y nunca lo será. Se incorpora y nota los pies medio entumecidos. El frío seco de Madrid cala hondo, pero tan solo en la carne, en la sangre, en el hueso, en las arterias. Lo del alma es otra cosa.

Y de camino a la habitación echa una ojeada en la cocina. Sobre la encimera un vaso con agua, olvidado quizás por uno de sus compañeros.

Cuando se mete en la cama sonríe complacido. Mientras se duerme, soñando con ruletas, con dados, con estrellas y con sonrisas tiernas, piensa que las señales existen, y que un vaso medio lleno solo puede augurar una cosa.

Y reza porque su dedicatoria no sea de aire y polvo. Mientras le cantan The Kinks. Y al dormirse huele a determinación.


Desde el Soho.


"Lola..."