31.1.06

predestinación o falacia de un nosotros

- Es la de la derecha.
- Joder Marta, llevo años haciendo este trayecto y se perfectamente que esta no es la salida - le contesta él enfadado.

Dani se concentra de nuevo en la autopista. Lleva demasiadas horas al volante. Demasiadas horas despierto. Demasiado tiempo con ella. Tarde o temprano, en una de esas discusiones tontas que ninguno de los dos sabe como empiezan, comenzará a florecer de nuevo la semilla de otra separación. Es cuestión de tiempo.

- Te sigo diciendo que era aquella salida. La próxima ya te saca por Rambla Prim, y tendremos que volver atrás... - sigue rechistando Marta, mientras rebusca en la guantera a la caza de algún viejo cassette de música.
- Déjame en paz.

Lo pronuncia con hastío, con una sequedad que hace del aborrecimiento una firma audible. Ella lo mira, y por un instante el también se gira a mirarla, y ambos saben que esas tres palabras eran un eufemismo de un adiós para siempre. Fin de trayecto de demasiadas idas y venidas. Remate final tras años de aguantar porqué sí, por miedo al qué dirán, al qué harás y al qué haré.

Y justo en el momento en que los dos se hacían conscientes del final de lo suyo, el trailer de cinco toneladas que circulaba a cien kilómetros por hora en sentido contrario no puede evitar la colisión frontal contra ese pequeño vehículo que se ha salido de su carril.

El impacto es brutal y devastador, y todo sucede en menos de un minuto. Tanto el conductor del trailer como los dos ocupantes del vehículo mueren casi al instante por la violencia del choque.

Pero detengámonos en esos instantes antes de que todo acabe. Juguemos un poco al ser dios de las pequeñas cosas. Introduzcámonos lentamente, como en un sueño, por la ventanilla del pequeño Seat Ibiza. Echemos una mirada a ese instante congelado a milésimas de segundo de morir aplastados en un amasijo de metal, cuero, hueso, cristal, sangre y capas de pintura roja de la barata. Intentemos pues, en ese momento, captar toda la esencia de lo que para ellos es el presente.

Y mientras aun saboreamos la volatilidad de ese adios, y pensamos en un triste entierro de una pareja feliz hasta ese trágico momento, y cuando aun podemos suponer fotos suyas juntos en los estantes de todos sus familiares... y tal como se preguntaban los filósofos en otros tiempos ante la afirmación "¿Hace ruido un árbol al caer enmedio del bosque si no hay nadie allí para verlo?"....

Pensemos en sus almas cinco segundos después de ese instante.

¿Juntos? ¿Separados?

18.1.06

el jinete

Corre entre los árboles, sin mirar atrás.

Oscuridad. Ramas que le azotan el rostro provocándole rasguños. Piedras y hojas que se empeñan en intentar hacerle caer.

Mientras salta el tronco podrido de un viejo roble, vuelve a oir esa especie de susurro siniestro, y un galope de sonido inquietantemente lento. Presa de otro ataque de pánico vuelve a trastabillar hasta golpearse un brazo con una piedra.

De nuevo oye solamente su propia respiración. ¿Se lo estará imaginando todo?. Da igual, sólo piensa en correr y salvar su vida de lo que sea que le persigue.

Tropieza con unas raíces y se tuerce el tobillo. Golpea el suelo con la cabeza, y al instante sabe que la herida es profunda. Se encuentra de nuevo en el camino pedregoso que cruza el bosque, y con esa capacidad de reacción que siempre inyecta la adrenalina pura, es consciente de que tan solo se encuentra a una o dos millas del pueblo.

Se apoya en los brazos y se incorpora, mareado y con arcadas. A la luz de la luna llena puede ver los reflejos de su sangre oscura en el pequeño charco que ha dejado. "Rápido, incorpórate", se dice.

Nota un olor como de carne pútrida, de huesos raídos y descompuestos. Oye de nuevo el galope, esta vez más rapido, y en cuanto consigue ponerse en pie vuelve a correr a toda prisa, ciego de miedo y horror. El susurro de nuevo: le parece una lengua oscura, desagradable e hiriente. Y cada vez le parece más cercana.

Un giro en el pequeño camino, y ya ve a lo lejos las luces de las primeras granjas. Corre tan rápido que los troncos de los árboles parecen danzar burlonamente a ambos lados de la senda, como espectantes ante un posible espectáculo de carne, vísceras y sangre.

Comete el error de girar el rostro para ver qué es lo que le sigue.

Un hacha como un relámpago pasa silbando tan cerca de él que le corta media mejilla. La sangre le salpica en los ojos y casi le ciega. Las piernas le fallan, y definitivamente dejan de funcionar ante el shock.

Rueda por el camino hecho un ovillo, esperando la muerte de alguna manera u otra, magullándose la espalda con las piedras del camino. Y se vuelve a oír un relincho de pesadilla, una especie de eco, la imitación de lo que tendría que ser un caballo... salido del mismo infierno.

Mantiene los ojos cerrados e intenta controlar su respiración desbocada. Se tapa la cara con los dos brazos y reza al Señor las pocas plegarias que recuerda de su infancia. "Señor, protégeme del Mal..."

El susurro se convierte en una voz podrida. Oye desmontar a alguien (o algo) de esa especie de caballo demoníaco que nisiquiera ha visto. Pasos cortos y pesados que se acercan a él. Y vuelve a oler a carne muerta, a gusanos, a putrefacción y tumbas antiguas...

Lo que sea que le ha herido se agacha a su lado durante unos instantes que el miedo hace eternos. Algo después se levanta, y el pobre chico oye el lento desenvainar de una espada. El pánico que siente es tal que la cabeza le da vueltas.

Y como todo está ya perdido, abre los ojos y lo ve.

Tiene cerca de dos metros de altura. La luz de la luna ilumina de manera tenue su figura, lo suficiente como para que pueda ver que viste una armadura oxidada y negruzca, llena de podreduras. Allí donde la carne debería asomar solamente se ven girones de piel y hueso, cubiertos de polvo y gusanos que se retuercen como locos. La larga capa negra ondea con un leve soplo de viento. Los guanteletes y las botas parecen de color carmesí, pero no es más que el efecto de capas y capas de sangre seca. Sangre que seguramente, no será la suya.

La lluvia comienza a caer con finos trazos, y un relámpago ilumina a la figura justo en el momento en que levanta el brazo izquierdo. Y está sujetando algo...

"Dios Santo... no tiene cabeza..."

El chico nisiquiera está consciente en el momento en que el mellado filo de la espada penetra la carne del cuello y le decapita limpiamente.

Las últimas imágenes que permanecen en su retina, cuando su alma se retira de este mundo, se antojan irreales... la calabaza horrenda, desfigurada y descompuesta que sujetaba el jinete... el negro caballo alzándose sobre sus patas traseras, y las cuencas vacías de sus ojos manando sangre...

11.1.06

mediolleno

Y Raúl se incorpora de la cama y se olvida por un momento de su brazo izquierdo roto. Se levanta, ganando el pulso al frío de la noche seca, y coge un lápiz de las de la estantería vieja.

Cuando se planta en el estudio y se hace un hueco entre las hojas de apuntes de sus compañeros de piso, ya tiene una idea fija de lo que le había susurrado un ángel en sueños. Hace una pausa, suspira levemente y deja que su mano haga de puente. Como tantas otras veces.

"Que ya está bien de medias tintas (o de tinteros vacíos). Ládrale fieramente al concepto de ti mismo y a esas ideas locas que estiran de lados contrarios hacia direcciones inverosímiles.

Te veo caminar y la imagen que se lleva mi retina arrastra tras de si una cola como de cometa, construida con esas sonrisas que en ocasiones cuesta tanto conseguir.

Cuando me fui una parte de mi se quedó ahí tumbada, anhelante, mirándote con ternura. Y esa misma parte es la que estuvo ahí, bajo ese edredón, la noche siguiente. Cuando pensaste que no hacía tanto frío. Cuando pensaste que The Postal Service estaban bastante bien. Cuando recordaste que te besé sin descanso."

No vuelve a repasar lo que tiene escrito. No es su estilo, nunca lo ha sido y nunca lo será. Se incorpora y nota los pies medio entumecidos. El frío seco de Madrid cala hondo, pero tan solo en la carne, en la sangre, en el hueso, en las arterias. Lo del alma es otra cosa.

Y de camino a la habitación echa una ojeada en la cocina. Sobre la encimera un vaso con agua, olvidado quizás por uno de sus compañeros.

Cuando se mete en la cama sonríe complacido. Mientras se duerme, soñando con ruletas, con dados, con estrellas y con sonrisas tiernas, piensa que las señales existen, y que un vaso medio lleno solo puede augurar una cosa.

Y reza porque su dedicatoria no sea de aire y polvo. Mientras le cantan The Kinks. Y al dormirse huele a determinación.


Desde el Soho.


"Lola..."