27.8.05

naranja, o del amor (V)

Se acercará de nuevo, sigilosa, hasta el borde de la cama.


Volverá a apropiarse de tu oído lentamente. Y entre páginas de sueño surgirá un desvelo leve. El suficiente para que sepas que es su aliento el que notas. Y sonreirás como sólo ella sabe hacerte sonreir, aún dormido.


Luego te tocará un hombro y sin necesidad de que diga nada, tu entenderás lo que ella dice. El dulce cosquilleo de las yemas de sus dedos, el baile lento de su mirada recorriendo las nubes de tu espalda. Notarás sus ojos mientras cavan nidos de recuerdos en su mente, y en los cuales se acomodará tu cuerpo sin necesidad de calzadores ni prisas.


Y serás capaz de escribir todo esto aunque no te estuviera pasando, ni jamás te hubiera pasado. Mirarás por la ventana hacia el cielo naranja que ya es un clásico en tu retina, y le dirás a las aristas de tu horizonte personal que no por ser más lisas se harán entender más rápido. Sigur Rós sabe ser más insistente que nadie y estoy seguro que en ese preciso instante oirás la voz triste, y se removerá algo en tu interior.


Como tantas otras veces.


La encontarás, y ella lo sabe. De alguna manera está esperando a que se entrelacen los dos hilos que otrora eran uno, y que se desenebraron hace una eternidad o dos. Qué más dará el tiempo intermedio.


Yo te digo, querido amigo, que las sonrisas que ahora guardas y las penas que ahora te arrastran saldrán a flote. Y recordarás una y otra vez, rebobinando la película de tu vida, una nueva noche color naranja. Extraña como todas, diferente a todas, y a su manera, un fotograma más en un montaje sin director, sin guión y con un actor principal que, como tú y yo sabemos, tiene mucho más que dar de lo que se empeñan en recibir. Y tras esto... olvidarás definitivamente el yo a ella y el ella a él de los títulos de crédito.

18.8.05

aquel color

Siempre con esa confianza que el repiqueteo del agua te infunde, dejas casi caer tu cuerpo sobre la silla. Un cuerpo cansado, demacrado y marchito, tras muchas horas de caminar, saltar y bailar en unas fiestas que no son las tuyas.


¿Recuerdas aquella película, la que hablaba de cielos color vainilla? Rembrandt nunca tuvo nada que ver en ello. Tan sólo los juegos de luces y sombras que otrora fueron blancas y rosas, y que aparecen ahora con tonalidades naranjas, grises y negras. Tristes como arena de playa con restos de alquitrán y sal.


Puedes oir la lluvia cayendo mansamente sobre todas las superficies, y distinguir de entre ellas los sonidos que producen: gotas chocando contra el plástico... contra la madera de un cobertizo... contra las hojas de los plataneros... contra las viejas vigas que nunca nadie quitó... e incluso te acaban recordando que el andamio de las obras aún sigue ahí, olvidado por unos obreros que tuvieron más prisa en ir de vacaciones que en acabar lo que empezaron.


Cierras los ojos en un ejercicio de aplacamiento del mundo exterior. Este gesto siempre ha tenido la maravillosa propiedad de calmarte, de alejar todo y a todos de ti mismo por unos instantes, como si la luz que incide en tus pupilas fuera la portadora de sus esencias, de aquel "yo" que los define, y que muchas veces desearías que más que un "yo" fuera un "tú".


Y tras ese cerrar de ojos sonríes, puesto que en el mundo solo quedan esas gotas, ese cielo, esa barandilla, y tú mismo.


Autismo de bolsillo para noches etílicas de corto alcance, soledad de escaparate en las tiendas abiertas veinticuatro horas, trescientos sesenta y cinco dias al año, pero que durante diez minutos cerraron.


¡Ah, se me olvidaba! Sigur Rós te envía recuerdos. Dice que no olvides aquello...





para s, aunque dudo que lo leas.