A ti, que con tu simple compañía (créeme) eres bálsamo curativo de muchas de mis penas.
A ti, que consigues doblegarme en las cosas sencillas, y hacerme medio-enfadar con manías tontas.
A ti, que podrías escribir libros sobre estereotipos que harían sangrar ojos y oídos de no poca gente.
A ti, que aciertas siempre en los cincuenta puntos de la diana de la realidad, la que se esconde tras frases que son susurros y medias mentiras que son verdades completas.
A ti, que te mereces treinta mil veces más de lo que recibes y sin embargo esperas, existes, con tu sonrisa simpática y tu acento olvidado a ratos.
A ti, que te pareces a tantos pero que en realidad no te pareces a nada que haya conocido, una curiosa dualidad que cuanto más te conozco más me sorprende.
A ti, que me hiciste llorar cuando te fuiste y me haces llorar cuando me tocas la fibra.
Te quiero mucho tío.
19.6.08
15.6.08
memoria
¿Quieres que te lo describa? Muy bien, pues allí voy. Con lo que me cuesta encontrar alguien que quiera escucharme.. cuando tengas mi edad, niña, te darás cuenta de lo difícil que es conseguir que la credibilidad y la atención de la gente no se escapen por las ranuras entre tus dedos, como fina y esquiva arena de playa.
Como cada día, todo empieza con un lento abrir de párpados. El director de mi peculiar película de la vida parece que juega a aprender por primera vez en su trayectoria profesional lo que es el slow motion, y no con mucho acierto. En nada se parece al que yo usaba en aquellas primeras películas tan malas, que muchos tildaron de pueriles, y que a ti siempre te gustaron tanto. Tiene gracia cómo funciona la memoria, ¿verdad?. Soy capaz de recordar incluso los detalles sobre todos los actores.
Al contrario de cómo le sucede a mucha gente, esos primeros instantes de despertarme nunca son traumáticos. Más bien los veo de una manera muy poética, un lanzarme a la vigilia como lo haría un niño que durante el arco ascendente de su columpio se arriesgara a saltar, con más suerte que habilidad, para mostrarle a sus padres que está ahí.
Lenta, trágica o felizmente, según haya sido la ristra de sueños que mi subcosciente me haya asignado a lo largo de la noche, saboreo y encajo las piezas de puzzle de las inconexas ideas que en éllos habitan. Unas veces tengo la sensación de tejer un lindo y colorido pañuelo, suave y vistoso; original y errático. Otras tantas lo veo más como intentar recoger los muchos pedazos de una copa rota, una que supieras especialmente cara, que se ha hecho añicos de una manera estridente y ha conseguido llamar la atención de todos los asistentes a la fiesta. Y entre sus risas, tu torpeza, y la amargura del sabor a cava barato en el fondo de tu paladar, te sientes bastante lejos de lo que te rodea.
¿Sabes qué me pasa últimamente? Las manos y brazos se me duermen. No, niña, no; se lo que estás pensando, y la edad aquí tiene menos que ver de lo que tú crees.
He llegado a la conclusión de que es debido a mi tendencia a colocarme como si el mundo quisiera caer sobre mi cabeza. Quizás un miedo inconcreto se apropia de mí cuando todo está oscuro y el silencio me acaricia el espinazo, o puede que mi primitivo hipotálamo de reptil, el que vive al acecho en lo más fondo de mi decrépito cerebro de ser humano, esté más desarrollado que el de otras personas y piense aún en cuevas, depredadores, piedras o mordiscos a traición de algún otro malsano animal. Sea como fuere cuando despierto suelo encontrarme de lado, con los brazos por encima de la cabeza y chafándome siempre uno de ellos en una postura poco ortodoxa para los estándares que marcaría una escena de cama cualquiera. Y el hormigueo cuando mis extremidades despiertan es una buena manera de recordarme que ya volvemos a estar ahí, otro día más, aunque la claqueta hace tiempo que se quedara guardada en el cajón.
¿Me pasas un vaso de agua? Muchas gracias...
¿Por dónde iba? Ah si... perdona si divago, niña: tú sabes que siempre he tenido una mente átipica, capaz de manejar a la vez lo más sordido y lo más dulce, y que ha traído de cabeza a hordas de críticos que han tratado de hurgar y analizar en todo lo que he hecho durante estos años. Ardua tarea, pues está claro que ni a estas alturas de mi vida tengo yo muy claro qué he conseguido. Y mi memoria, como los dos sabemos, anda ocupada por las esquinas invitando a últimas rondas a mi oído y a mi vista.
Ya recuerdo de qué mascullaba: mis brazos dormidos. ¿Puedes imaginarte lo que es despertar cada día igual? La pesadez de empezar la jornada mientras cientos de pequeñas cuchillas se mueven bajo tu piel y te miras el brazo, extrañado, como si fuera una extremidad que perteneciera a otra persona y te hubiera aparecido de la noche a la mañana. Es un horror.
El siguiente paso lógico es incorporarme. Hay días en que este proceso sigue una especie de metódico ritual en el cual paso unos dos o tres minutos mirando el techo, intentando atisbar algún cambio en su color, en su textura, alguna grieta aparecida en esas horas en las que no estaba atento. Me gusta mantener una débil ilusión de que el mundo cambia a mi alrededor cuando no lo miro, y que algún día me fijaré lo suficiente como para entrever los cambios, o me giraré tan rápido a mirar tras de mí que notaré los gazapos en la realidad de las cosas pequeñas, y que seré capaz de recordarlo al día siguiente con total nitidez. Sin embargo, tras ese tiempo mirando el techo, sigue tan blanco perla y tan estucado como creo que estuvo ayer.
¿Debes irte ya? No importa, tranquila, en realidad el relato que me pedías acaba ya, como el mismo proceso de despertarse o como cualquier rutina cíclica que seas capaz de imaginar. Y termina, en realidad, de la misma manera en la que la vigilia acaba. Conmigo sentado, mirando esa pared llena de imágenes del pasado, alimentos de un ego que con el paso de los años ha seguido el mismo trayecto que mi cuerpo. Se ha marchitado, se ha encogido y se ha llenado de polvo con olor a viejo y a gris. Y así, de esta manera que te he descrito, vuelvo a funcionar. "Un día más", me digo. Y lo paso.
Un beso muy fuerte. No llores. Y vuelve a perdonarme por lo que volverá a pasar mañana. Quizás te resulte menos violento si en vez de volver a preguntarte tu nombre lo llevas escrito en la solapa... Así, durante unos instantes, o minutos, o horas, seguiremos alimentando la ficción de que te he reconocido nada más entrar por la puerta, y de que seguimos siendo, a nuestra extraña y equivocada manera, una familia.
Adios, hija.
Como cada día, todo empieza con un lento abrir de párpados. El director de mi peculiar película de la vida parece que juega a aprender por primera vez en su trayectoria profesional lo que es el slow motion, y no con mucho acierto. En nada se parece al que yo usaba en aquellas primeras películas tan malas, que muchos tildaron de pueriles, y que a ti siempre te gustaron tanto. Tiene gracia cómo funciona la memoria, ¿verdad?. Soy capaz de recordar incluso los detalles sobre todos los actores.
Al contrario de cómo le sucede a mucha gente, esos primeros instantes de despertarme nunca son traumáticos. Más bien los veo de una manera muy poética, un lanzarme a la vigilia como lo haría un niño que durante el arco ascendente de su columpio se arriesgara a saltar, con más suerte que habilidad, para mostrarle a sus padres que está ahí.
Lenta, trágica o felizmente, según haya sido la ristra de sueños que mi subcosciente me haya asignado a lo largo de la noche, saboreo y encajo las piezas de puzzle de las inconexas ideas que en éllos habitan. Unas veces tengo la sensación de tejer un lindo y colorido pañuelo, suave y vistoso; original y errático. Otras tantas lo veo más como intentar recoger los muchos pedazos de una copa rota, una que supieras especialmente cara, que se ha hecho añicos de una manera estridente y ha conseguido llamar la atención de todos los asistentes a la fiesta. Y entre sus risas, tu torpeza, y la amargura del sabor a cava barato en el fondo de tu paladar, te sientes bastante lejos de lo que te rodea.
¿Sabes qué me pasa últimamente? Las manos y brazos se me duermen. No, niña, no; se lo que estás pensando, y la edad aquí tiene menos que ver de lo que tú crees.
He llegado a la conclusión de que es debido a mi tendencia a colocarme como si el mundo quisiera caer sobre mi cabeza. Quizás un miedo inconcreto se apropia de mí cuando todo está oscuro y el silencio me acaricia el espinazo, o puede que mi primitivo hipotálamo de reptil, el que vive al acecho en lo más fondo de mi decrépito cerebro de ser humano, esté más desarrollado que el de otras personas y piense aún en cuevas, depredadores, piedras o mordiscos a traición de algún otro malsano animal. Sea como fuere cuando despierto suelo encontrarme de lado, con los brazos por encima de la cabeza y chafándome siempre uno de ellos en una postura poco ortodoxa para los estándares que marcaría una escena de cama cualquiera. Y el hormigueo cuando mis extremidades despiertan es una buena manera de recordarme que ya volvemos a estar ahí, otro día más, aunque la claqueta hace tiempo que se quedara guardada en el cajón.
¿Me pasas un vaso de agua? Muchas gracias...
¿Por dónde iba? Ah si... perdona si divago, niña: tú sabes que siempre he tenido una mente átipica, capaz de manejar a la vez lo más sordido y lo más dulce, y que ha traído de cabeza a hordas de críticos que han tratado de hurgar y analizar en todo lo que he hecho durante estos años. Ardua tarea, pues está claro que ni a estas alturas de mi vida tengo yo muy claro qué he conseguido. Y mi memoria, como los dos sabemos, anda ocupada por las esquinas invitando a últimas rondas a mi oído y a mi vista.
Ya recuerdo de qué mascullaba: mis brazos dormidos. ¿Puedes imaginarte lo que es despertar cada día igual? La pesadez de empezar la jornada mientras cientos de pequeñas cuchillas se mueven bajo tu piel y te miras el brazo, extrañado, como si fuera una extremidad que perteneciera a otra persona y te hubiera aparecido de la noche a la mañana. Es un horror.
El siguiente paso lógico es incorporarme. Hay días en que este proceso sigue una especie de metódico ritual en el cual paso unos dos o tres minutos mirando el techo, intentando atisbar algún cambio en su color, en su textura, alguna grieta aparecida en esas horas en las que no estaba atento. Me gusta mantener una débil ilusión de que el mundo cambia a mi alrededor cuando no lo miro, y que algún día me fijaré lo suficiente como para entrever los cambios, o me giraré tan rápido a mirar tras de mí que notaré los gazapos en la realidad de las cosas pequeñas, y que seré capaz de recordarlo al día siguiente con total nitidez. Sin embargo, tras ese tiempo mirando el techo, sigue tan blanco perla y tan estucado como creo que estuvo ayer.
¿Debes irte ya? No importa, tranquila, en realidad el relato que me pedías acaba ya, como el mismo proceso de despertarse o como cualquier rutina cíclica que seas capaz de imaginar. Y termina, en realidad, de la misma manera en la que la vigilia acaba. Conmigo sentado, mirando esa pared llena de imágenes del pasado, alimentos de un ego que con el paso de los años ha seguido el mismo trayecto que mi cuerpo. Se ha marchitado, se ha encogido y se ha llenado de polvo con olor a viejo y a gris. Y así, de esta manera que te he descrito, vuelvo a funcionar. "Un día más", me digo. Y lo paso.
Un beso muy fuerte. No llores. Y vuelve a perdonarme por lo que volverá a pasar mañana. Quizás te resulte menos violento si en vez de volver a preguntarte tu nombre lo llevas escrito en la solapa... Así, durante unos instantes, o minutos, o horas, seguiremos alimentando la ficción de que te he reconocido nada más entrar por la puerta, y de que seguimos siendo, a nuestra extraña y equivocada manera, una familia.
Adios, hija.
14.6.08
cruces
Cruces.
Que marcan los lugares donde nunca has estado, donde nunca querrías haber ido o desde los de donde lamentas haber partido.
Cruces.
Que tachan de la lista de culpables a aquellos que es evidente que, a todas luces, son los inocentes de turno de la película cómica de policías y vaqueros.
Cruces.
Que estigmatizan aquello de lo que no queremos hablar hasta el punto de hacerlo invisible a la vista y a la sal de las heridas.
Cruces.
Otrora símbolo religioso, estandarte de sangre e Iglesia, convertidas ahora en mi excusa (matutina) para contaros un poco de qué va todo esto.
Que marcan los lugares donde nunca has estado, donde nunca querrías haber ido o desde los de donde lamentas haber partido.
Cruces.
Que tachan de la lista de culpables a aquellos que es evidente que, a todas luces, son los inocentes de turno de la película cómica de policías y vaqueros.
Cruces.
Que estigmatizan aquello de lo que no queremos hablar hasta el punto de hacerlo invisible a la vista y a la sal de las heridas.
Cruces.
Otrora símbolo religioso, estandarte de sangre e Iglesia, convertidas ahora en mi excusa (matutina) para contaros un poco de qué va todo esto.
10.6.08
Sigur Rós (VI)
Acaso sea la lluvia y su olor el origen de todo, el comienzo de la inspiración, la fuente de ese torbellino persistente que a ratos casi me nubla la mente y me suelta los dedos sobre el teclado.
Y acaso sean esas gotas y su sonido lo que me guía de nuevo aquí, al estuario donde acuden todos los ríos. Al baile de graduación de las ideas melancólicas. Al final de la penúltima copa de la boda de aquellos amigos. Al recodo del camino donde un árbol de tronco torcido y lleno de musgo te cobija de la que está cayendo. A la cueva entre las rocas desde la que puedes ver cómo sigue lloviendo, y sigue, y sigue.
Hasta que la última gota cae lamiéndote los pies y el sol aparece.
Y en el fondo, es como si todo hubiera sido un gran chiste contado a destiempo; uno de ésos que nadie entendió porque, en realidad, nadie lo estaba escuchando.
Y acaso sean esas gotas y su sonido lo que me guía de nuevo aquí, al estuario donde acuden todos los ríos. Al baile de graduación de las ideas melancólicas. Al final de la penúltima copa de la boda de aquellos amigos. Al recodo del camino donde un árbol de tronco torcido y lleno de musgo te cobija de la que está cayendo. A la cueva entre las rocas desde la que puedes ver cómo sigue lloviendo, y sigue, y sigue.
Hasta que la última gota cae lamiéndote los pies y el sol aparece.
Y en el fondo, es como si todo hubiera sido un gran chiste contado a destiempo; uno de ésos que nadie entendió porque, en realidad, nadie lo estaba escuchando.
4.6.08
yo vi a Portishead en directo
Las primeras notas ya te indican que todo comienza y el corazón se te vuelca porque es lo que estabas esperando desde que hace ya meses viste el cartel, compraste la entrada y reservaste una semana de tus vacaciones. Lo hiciste para esto.
Exclusivamente.
Una voz tenue, un susurro frágil parecido al de seda sobre seda. Llorar.
Luces azules y verdes incidiendo sobre las figuras de la gente, dibujando sus contornos con una débil estela de formas suaves y anhelantes. Miles de personas guiadas por la misma sensación de desamparo gris y necesidad de vivir ese vacío.
Instrumentos que comienzan a sonar al ritmo de esa canción, y suenan a roto; pero no son ellos los que lo están, eres tú por dentro.
Porque poder escuchar "Roads" en directo, desde allí arriba, viéndolo todo, saboreándolo, hace que cualquier ser humano se parta en dos desde la médula hasta el bazo, y sangre durante horas por las cicatrices que nunca ha tenido.
Y lloras, porque todo es triste y melancólico, porque Beth Gibbons quiere que así sea en este aquí y este ahora, y mientras su voz suena notas el aire del mar acariciando las lágrimas en tus mejillas, a modo de bálsamo curativo que saca de tu interior los restos de viejos (y no tan viejos naufragios).
La canción sigue y los violines suenan. Es entonces cuando te elevas y sigues cantando dentro de ti, quizás desde ese corazón que en este momento está hecho trizas de tanto sentir y que te ahoga.
No hace falta ser muy listo para darse cuenta de que no hacía falta decir nada. A mi alrededor todo eran pequeños submundos de gente taladrada por las mismas notas. Unas gradas del Fòrum abarrotadas de miradas absortas cuyo único fin era seguir alimentandose del mismo soma que es la esencia de la cual se alimentan los suspiros.
Cientos de cristales rotos ocupando durante cinco minutos de canción el espacio de otras tantas personas. Una exquisita y fugaz salida de la vulgaridad para vivir un momento entre ascuas ardiendo.
Joder. Ojalá lo hubieras visto. Conmigo.
para m, porque no pude grabar un video y tenía que expresar de alguna manera lo que fue aquello..
Portishead - Roads
"Oh, can't anybody see,
We've got a war to fight,
Never found our way,
Regardless of what they say.
How can it feel, this wrong,
From this moment,
How can it feel, this wrong.
Storm,
In the morning light,
I feel,
No more can I say,
Frozen to myself.
I got nobody on my side,
And surely that ain't right,
Surely that ain't right.
Oh, can't anybody see,
We've got a war to fight,
Never found our way,
Regardless of what they say.
How can it feel, this wrong,
From this moment,
How can it feel, this wrong.
How can it feel this wrong,
From this moment,
How can it feel, this wrong.
Oh, can't anybody see,
We've got a war to fight,
Never found our way,
Regardless of what they say.
How can it feel, this wrong,
From this moment,
How can it feel, this wrong."
Exclusivamente.
Una voz tenue, un susurro frágil parecido al de seda sobre seda. Llorar.
Luces azules y verdes incidiendo sobre las figuras de la gente, dibujando sus contornos con una débil estela de formas suaves y anhelantes. Miles de personas guiadas por la misma sensación de desamparo gris y necesidad de vivir ese vacío.
Instrumentos que comienzan a sonar al ritmo de esa canción, y suenan a roto; pero no son ellos los que lo están, eres tú por dentro.
Porque poder escuchar "Roads" en directo, desde allí arriba, viéndolo todo, saboreándolo, hace que cualquier ser humano se parta en dos desde la médula hasta el bazo, y sangre durante horas por las cicatrices que nunca ha tenido.
Y lloras, porque todo es triste y melancólico, porque Beth Gibbons quiere que así sea en este aquí y este ahora, y mientras su voz suena notas el aire del mar acariciando las lágrimas en tus mejillas, a modo de bálsamo curativo que saca de tu interior los restos de viejos (y no tan viejos naufragios).
La canción sigue y los violines suenan. Es entonces cuando te elevas y sigues cantando dentro de ti, quizás desde ese corazón que en este momento está hecho trizas de tanto sentir y que te ahoga.
No hace falta ser muy listo para darse cuenta de que no hacía falta decir nada. A mi alrededor todo eran pequeños submundos de gente taladrada por las mismas notas. Unas gradas del Fòrum abarrotadas de miradas absortas cuyo único fin era seguir alimentandose del mismo soma que es la esencia de la cual se alimentan los suspiros.
Cientos de cristales rotos ocupando durante cinco minutos de canción el espacio de otras tantas personas. Una exquisita y fugaz salida de la vulgaridad para vivir un momento entre ascuas ardiendo.
Joder. Ojalá lo hubieras visto. Conmigo.
para m, porque no pude grabar un video y tenía que expresar de alguna manera lo que fue aquello..
Portishead - Roads
"Oh, can't anybody see,
We've got a war to fight,
Never found our way,
Regardless of what they say.
How can it feel, this wrong,
From this moment,
How can it feel, this wrong.
Storm,
In the morning light,
I feel,
No more can I say,
Frozen to myself.
I got nobody on my side,
And surely that ain't right,
Surely that ain't right.
Oh, can't anybody see,
We've got a war to fight,
Never found our way,
Regardless of what they say.
How can it feel, this wrong,
From this moment,
How can it feel, this wrong.
How can it feel this wrong,
From this moment,
How can it feel, this wrong.
Oh, can't anybody see,
We've got a war to fight,
Never found our way,
Regardless of what they say.
How can it feel, this wrong,
From this moment,
How can it feel, this wrong."
24.5.08
qué decias?
- Eso es porque no lo pensaste lo suficiente.
- De qué hablas?
- Tú ya sabes de que va el tema. De persianas que cierran. De negocios en quiebra. De respiraciones al otro lado de la linea. De carteles de "aforo completo" dos minutos antes de que tú entres. De "no quedan entradas, señor" ante el estreno que ansiabas poder ver. De sobredosis de psicotrópicos extraños cuando yo pedía metadona. De no poder agacharse a abrocharse los zapatos y tener que caminar con cuidado sabiendo que a cada paso puedes caer.
- Tampoco hacía falta ser tan explícito.
- Y que lo digas. Tampoco hacía falta que se te cayera el alma.
- De qué hablas?
- Tú ya sabes de que va el tema. De persianas que cierran. De negocios en quiebra. De respiraciones al otro lado de la linea. De carteles de "aforo completo" dos minutos antes de que tú entres. De "no quedan entradas, señor" ante el estreno que ansiabas poder ver. De sobredosis de psicotrópicos extraños cuando yo pedía metadona. De no poder agacharse a abrocharse los zapatos y tener que caminar con cuidado sabiendo que a cada paso puedes caer.
- Tampoco hacía falta ser tan explícito.
- Y que lo digas. Tampoco hacía falta que se te cayera el alma.
23.5.08
los sueños
Álex está preocupado: jamás logra recordar sus sueños. Cada mañana despierta y durante unos fugaces instantes sabe qué ha soñado e intenta retenerlo, siempre con desastroso resultado.
Ha probado de todo; desde dormir con una hoja de papel y un bolígrafo en la cabecera de su cama, hasta intentar desvelarse ipso-facto y repetir, como si de un mantra se tratara, ideas sueltas de aquello que ha soñado.
Y nada de esto le funciona.
Cada mañana, al instante siguiente al despertar, los dedos metafóricos de su mente rozan su mortecina estela onírica. Es durante esos segundos que cree ver ballenas, astronautas, patines, concursos, sonrisas, sombras; simples proyecciones en su cabeza que duran lo que dura un suspiro. Y a los cinco minutos, cuando aún se está peleando con sus legañas, ya se le ha olvidado todo.
Pero Álex no pierde la esperanza. Es por esto que hoy, tras volver del trabajo, ha pasado por el "todo a cien" chino de la esquina, y ha comprado un bonito atrapasueños. Cree, producto de alguna película barata de su juventud o algún cuento para dormir de su infancia, que al despertar mañana todo será diferente y sabrá qué es lo que subconsciente le oculta en esas noches de sueños borrados.
Y cuando mañana despierte intranquilo, y sea capaz de recordar todo, quizás piense que hubiera sido mejor idea comprar por el mismo dinero dos juegos de pinzas y una esterilla de ducha. Le deseo suerte.
Y sobretodo, felices sueños.
Ha probado de todo; desde dormir con una hoja de papel y un bolígrafo en la cabecera de su cama, hasta intentar desvelarse ipso-facto y repetir, como si de un mantra se tratara, ideas sueltas de aquello que ha soñado.
Y nada de esto le funciona.
Cada mañana, al instante siguiente al despertar, los dedos metafóricos de su mente rozan su mortecina estela onírica. Es durante esos segundos que cree ver ballenas, astronautas, patines, concursos, sonrisas, sombras; simples proyecciones en su cabeza que duran lo que dura un suspiro. Y a los cinco minutos, cuando aún se está peleando con sus legañas, ya se le ha olvidado todo.
Pero Álex no pierde la esperanza. Es por esto que hoy, tras volver del trabajo, ha pasado por el "todo a cien" chino de la esquina, y ha comprado un bonito atrapasueños. Cree, producto de alguna película barata de su juventud o algún cuento para dormir de su infancia, que al despertar mañana todo será diferente y sabrá qué es lo que subconsciente le oculta en esas noches de sueños borrados.
Y cuando mañana despierte intranquilo, y sea capaz de recordar todo, quizás piense que hubiera sido mejor idea comprar por el mismo dinero dos juegos de pinzas y una esterilla de ducha. Le deseo suerte.
Y sobretodo, felices sueños.
22.5.08
... y ...
Y el color predominante le miente al gris y al blanco, apostando a la vez por ambos. Y mentiría si digo que me disgusta.
Y huele a humedad, pero humedad limpia, de hojas de árboles y césped gritando que están ahí, y que el verde es la única opción en lo que a color del suelo respecta.
Y la lluvia que cae, fina, casi etérea, tampoco molesta. Si no fuera porque tengo el portátil en el regazo ahora mismo estaría en el balcón, trasteando con mis recuerdos y jugando con mis futuros.
Un chico se asoma a una de las ventanas del edificio de mi derecha. Enciende un cigarro y mira al infinito, mientras la fina cortina de lluvia le hace parecer un personaje de película de cinta antigua, una de esas películas en VHS que de tanto verlas se me estropearon.
Y cerca de él, en otra de las ventanas, una chica aparece en el marco de la ventana durante unos instantes. Creo que me ha mirado, y le sonrío. "pobre loco", debe pensar, al verme en mi silla, con el portátil en el regazo, y con las puertas del balcón totalmente abiertas a mi izquierda. Tanto ella como el chico de hace un momento desaparecen a la vez en el interior de sus casas. Y yo me pregunto si alguna vez se conocerán. Si hace unos meses estuvieron juntos, si saben a qué sabe la piel del otro o si jamás coincidirán en el ascensor, buscando incómodos algún tema banal con el que poder pasar esos minutos de trayecto.
Y las golondrinas y las gaviotas pasan, trinando desesperadas, buscando resguardo o echándose en cara lo que quiera que tengan que decirse entre especies tan dispares.
Y el chico vuelve a aparecer de nuevo en la ventana, supongo que a acabar su cigarro. ¿Qué será eso tan interesante que ve sin llegar a ver? Me dan ganas de salir afuera, gritarle un "eh tu!" y preguntárselo, aún a riesgo de quedar como un necio.
Y las nubes comienzan a dispersarse, y aunque siguen cayendo cuatro tímidas gotas parece que la lluvia se resiste, y el sol ilumina las antenas y los tejados del edificio de enfrente.
Y las golondrinas siguen a lo suyo, y el aire fresco de ahora mece los plásticos que cubren la ropa tendida en los balcones interiores de todos los patios, y me sonrío porque la canción que suena en los altavoces me gusta.
"El desconocimiento de un idioma extravagante
sea la única razón
por la que no entiendo a nadie"
Y la lluvia cesa del todo.
Me gusta Nueva Vulcano.
Y huele a humedad, pero humedad limpia, de hojas de árboles y césped gritando que están ahí, y que el verde es la única opción en lo que a color del suelo respecta.
Y la lluvia que cae, fina, casi etérea, tampoco molesta. Si no fuera porque tengo el portátil en el regazo ahora mismo estaría en el balcón, trasteando con mis recuerdos y jugando con mis futuros.
Un chico se asoma a una de las ventanas del edificio de mi derecha. Enciende un cigarro y mira al infinito, mientras la fina cortina de lluvia le hace parecer un personaje de película de cinta antigua, una de esas películas en VHS que de tanto verlas se me estropearon.
Y cerca de él, en otra de las ventanas, una chica aparece en el marco de la ventana durante unos instantes. Creo que me ha mirado, y le sonrío. "pobre loco", debe pensar, al verme en mi silla, con el portátil en el regazo, y con las puertas del balcón totalmente abiertas a mi izquierda. Tanto ella como el chico de hace un momento desaparecen a la vez en el interior de sus casas. Y yo me pregunto si alguna vez se conocerán. Si hace unos meses estuvieron juntos, si saben a qué sabe la piel del otro o si jamás coincidirán en el ascensor, buscando incómodos algún tema banal con el que poder pasar esos minutos de trayecto.
Y las golondrinas y las gaviotas pasan, trinando desesperadas, buscando resguardo o echándose en cara lo que quiera que tengan que decirse entre especies tan dispares.
Y el chico vuelve a aparecer de nuevo en la ventana, supongo que a acabar su cigarro. ¿Qué será eso tan interesante que ve sin llegar a ver? Me dan ganas de salir afuera, gritarle un "eh tu!" y preguntárselo, aún a riesgo de quedar como un necio.
Y las nubes comienzan a dispersarse, y aunque siguen cayendo cuatro tímidas gotas parece que la lluvia se resiste, y el sol ilumina las antenas y los tejados del edificio de enfrente.
Y las golondrinas siguen a lo suyo, y el aire fresco de ahora mece los plásticos que cubren la ropa tendida en los balcones interiores de todos los patios, y me sonrío porque la canción que suena en los altavoces me gusta.
"El desconocimiento de un idioma extravagante
sea la única razón
por la que no entiendo a nadie"
Y la lluvia cesa del todo.
Me gusta Nueva Vulcano.
19.5.08
pensando en Nada (Surf)
Porque no sólo de puntos y aparte vive el hombre, sino también de comillas y exclamaciones.
Porque siempre hay más de un camino para llegar de A a B en cualquier plano que se precie.
Porque me divierto cuando hablo de lo que quiero y parece que no se lo que digo, aún diciéndolo tan claramente como si estuviera en Speaker's Corner con un megáfono de cuatro kilos.
Porque me encanta sentirme como un boxeador de los pesos pesados que ha salido a defender el título por enésima vez ante un público que venía a ver un espectáculo de funambulistas coreanos, y llegado el segundo asalto, toda la gente que lo compone se miran entre ellos, avergonzados, sin saber si irse en silencio o ya que estaban allí, corear mi nombre y tirarme cacahuetes.
Porque la vida sin canciones es como la vuelta a casa sin mirar el móvil: insípida, gris, recta y fría.
Y si esas canciones, una y otra vez, una y otra vez, rasgan esa parte de ti que está hecha de papel mojado, mejor que mejor.
Como esta.
"Oh no you make your own mistakes
I cannot bring them back to you
Oh no you make your own mistakes
I cannot measure up to you"
Porque siempre hay más de un camino para llegar de A a B en cualquier plano que se precie.
Porque me divierto cuando hablo de lo que quiero y parece que no se lo que digo, aún diciéndolo tan claramente como si estuviera en Speaker's Corner con un megáfono de cuatro kilos.
Porque me encanta sentirme como un boxeador de los pesos pesados que ha salido a defender el título por enésima vez ante un público que venía a ver un espectáculo de funambulistas coreanos, y llegado el segundo asalto, toda la gente que lo compone se miran entre ellos, avergonzados, sin saber si irse en silencio o ya que estaban allí, corear mi nombre y tirarme cacahuetes.
Porque la vida sin canciones es como la vuelta a casa sin mirar el móvil: insípida, gris, recta y fría.
Y si esas canciones, una y otra vez, una y otra vez, rasgan esa parte de ti que está hecha de papel mojado, mejor que mejor.
Como esta.
"Oh no you make your own mistakes
I cannot bring them back to you
Oh no you make your own mistakes
I cannot measure up to you"
18.5.08
todo recto.
Hace dos días, en mitad de la noche, volví a coger la pluma de escribir de las metáforas sangrantes. Y lo hice guiado por ecos que ya son como vecinos de toda la vida, de los que se presentan en tu casa a la hora de la siesta por el simple hecho de que la confianza, a cucharadas, da asco.
Si cierro los ojos y juego a entrar en mi cabeza, puedo ver la forma de esos ecos. Veo la sencillez de los bordes de mis pensamientos, la belleza y la soltura con las que cada idea se entrelaza con otra. Me asombro ante las montañas y los prados de la inercia en los que pastan, a su aire, pequeños rebaños de celos y amarguras. Y si en un rápido zoom de los de película me acerco a esas montañas.. es ahí donde los veo, en forma de esquirlas enquistadas en la piel caliza curtida por los años.
Es curioso, sabes? Cómo ante ciertas situaciones soy capaz de permanecer impasible y que la vida, las risas, las amarguras, los chistes sobre pollas o los móviles de cemento no alteren mi ánimo. Ver cómo todo lo que me rodea conforma una película que bien podría haber quedado a medias tras el suicidio en masa de todos sus guionistas, y asistir al estreno con una bolsa de palomitas y que no se me tuerza el gesto. Y verla una y otra vez hasta que me coja el sueño cuando la demás audiencia está ya en sus casas, mirando intranquila el techo o llorando por las esquinas.
Es por esto que me descolocan esos ecos y su facilidad para abstraerme y fustigarme con látigos de introspección hiriente. Imagino que siempre han estado ahí, pugnando por un momento en el que puedan salir a decirme que no soy tan de piedra como a veces creo, y que por más que pasen los años sigo golpeándome en los riñones con los cantos de las mesas al pasar entre ellas, y que aunque sigo pretendiendo que ahora solo son rasguños, duelen. Y eso es debido a que golpearte dos veces en una misma herida es mucho peor que múltiples contusiones en todo el cuerpo.
El otro día, a muchos kilómetros de todo y prácticamente a casi ninguno de nada, pude verle las aristas a mi Teoría General del Todo. Y al sentarme, lejos, ausente, nublado e impar, bajo aquella lluvia fina, fui capaz de ver la imagen estereoscópica que se hallaba impresa tras esos ecos. Surgió de golpe y hacia todas partes como las rabiosas varillas de un paraguas azotado por un monzón.
"Todo recto", me decía la imagen. Qué puta.
Si cierro los ojos y juego a entrar en mi cabeza, puedo ver la forma de esos ecos. Veo la sencillez de los bordes de mis pensamientos, la belleza y la soltura con las que cada idea se entrelaza con otra. Me asombro ante las montañas y los prados de la inercia en los que pastan, a su aire, pequeños rebaños de celos y amarguras. Y si en un rápido zoom de los de película me acerco a esas montañas.. es ahí donde los veo, en forma de esquirlas enquistadas en la piel caliza curtida por los años.
Es curioso, sabes? Cómo ante ciertas situaciones soy capaz de permanecer impasible y que la vida, las risas, las amarguras, los chistes sobre pollas o los móviles de cemento no alteren mi ánimo. Ver cómo todo lo que me rodea conforma una película que bien podría haber quedado a medias tras el suicidio en masa de todos sus guionistas, y asistir al estreno con una bolsa de palomitas y que no se me tuerza el gesto. Y verla una y otra vez hasta que me coja el sueño cuando la demás audiencia está ya en sus casas, mirando intranquila el techo o llorando por las esquinas.
Es por esto que me descolocan esos ecos y su facilidad para abstraerme y fustigarme con látigos de introspección hiriente. Imagino que siempre han estado ahí, pugnando por un momento en el que puedan salir a decirme que no soy tan de piedra como a veces creo, y que por más que pasen los años sigo golpeándome en los riñones con los cantos de las mesas al pasar entre ellas, y que aunque sigo pretendiendo que ahora solo son rasguños, duelen. Y eso es debido a que golpearte dos veces en una misma herida es mucho peor que múltiples contusiones en todo el cuerpo.
El otro día, a muchos kilómetros de todo y prácticamente a casi ninguno de nada, pude verle las aristas a mi Teoría General del Todo. Y al sentarme, lejos, ausente, nublado e impar, bajo aquella lluvia fina, fui capaz de ver la imagen estereoscópica que se hallaba impresa tras esos ecos. Surgió de golpe y hacia todas partes como las rabiosas varillas de un paraguas azotado por un monzón.
"Todo recto", me decía la imagen. Qué puta.
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