15.6.08

memoria

¿Quieres que te lo describa? Muy bien, pues allí voy. Con lo que me cuesta encontrar alguien que quiera escucharme.. cuando tengas mi edad, niña, te darás cuenta de lo difícil que es conseguir que la credibilidad y la atención de la gente no se escapen por las ranuras entre tus dedos, como fina y esquiva arena de playa.

Como cada día, todo empieza con un lento abrir de párpados. El director de mi peculiar película de la vida parece que juega a aprender por primera vez en su trayectoria profesional lo que es el slow motion, y no con mucho acierto. En nada se parece al que yo usaba en aquellas primeras películas tan malas, que muchos tildaron de pueriles, y que a ti siempre te gustaron tanto. Tiene gracia cómo funciona la memoria, ¿verdad?. Soy capaz de recordar incluso los detalles sobre todos los actores.

Al contrario de cómo le sucede a mucha gente, esos primeros instantes de despertarme nunca son traumáticos. Más bien los veo de una manera muy poética, un lanzarme a la vigilia como lo haría un niño que durante el arco ascendente de su columpio se arriesgara a saltar, con más suerte que habilidad, para mostrarle a sus padres que está ahí.

Lenta, trágica o felizmente, según haya sido la ristra de sueños que mi subcosciente me haya asignado a lo largo de la noche, saboreo y encajo las piezas de puzzle de las inconexas ideas que en éllos habitan. Unas veces tengo la sensación de tejer un lindo y colorido pañuelo, suave y vistoso; original y errático. Otras tantas lo veo más como intentar recoger los muchos pedazos de una copa rota, una que supieras especialmente cara, que se ha hecho añicos de una manera estridente y ha conseguido llamar la atención de todos los asistentes a la fiesta. Y entre sus risas, tu torpeza, y la amargura del sabor a cava barato en el fondo de tu paladar, te sientes bastante lejos de lo que te rodea.

¿Sabes qué me pasa últimamente? Las manos y brazos se me duermen. No, niña, no; se lo que estás pensando, y la edad aquí tiene menos que ver de lo que tú crees.

He llegado a la conclusión de que es debido a mi tendencia a colocarme como si el mundo quisiera caer sobre mi cabeza. Quizás un miedo inconcreto se apropia de mí cuando todo está oscuro y el silencio me acaricia el espinazo, o puede que mi primitivo hipotálamo de reptil, el que vive al acecho en lo más fondo de mi decrépito cerebro de ser humano, esté más desarrollado que el de otras personas y piense aún en cuevas, depredadores, piedras o mordiscos a traición de algún otro malsano animal. Sea como fuere cuando despierto suelo encontrarme de lado, con los brazos por encima de la cabeza y chafándome siempre uno de ellos en una postura poco ortodoxa para los estándares que marcaría una escena de cama cualquiera. Y el hormigueo cuando mis extremidades despiertan es una buena manera de recordarme que ya volvemos a estar ahí, otro día más, aunque la claqueta hace tiempo que se quedara guardada en el cajón.

¿Me pasas un vaso de agua? Muchas gracias...

¿Por dónde iba? Ah si... perdona si divago, niña: tú sabes que siempre he tenido una mente átipica, capaz de manejar a la vez lo más sordido y lo más dulce, y que ha traído de cabeza a hordas de críticos que han tratado de hurgar y analizar en todo lo que he hecho durante estos años. Ardua tarea, pues está claro que ni a estas alturas de mi vida tengo yo muy claro qué he conseguido. Y mi memoria, como los dos sabemos, anda ocupada por las esquinas invitando a últimas rondas a mi oído y a mi vista.

Ya recuerdo de qué mascullaba: mis brazos dormidos. ¿Puedes imaginarte lo que es despertar cada día igual? La pesadez de empezar la jornada mientras cientos de pequeñas cuchillas se mueven bajo tu piel y te miras el brazo, extrañado, como si fuera una extremidad que perteneciera a otra persona y te hubiera aparecido de la noche a la mañana. Es un horror.

El siguiente paso lógico es incorporarme. Hay días en que este proceso sigue una especie de metódico ritual en el cual paso unos dos o tres minutos mirando el techo, intentando atisbar algún cambio en su color, en su textura, alguna grieta aparecida en esas horas en las que no estaba atento. Me gusta mantener una débil ilusión de que el mundo cambia a mi alrededor cuando no lo miro, y que algún día me fijaré lo suficiente como para entrever los cambios, o me giraré tan rápido a mirar tras de mí que notaré los gazapos en la realidad de las cosas pequeñas, y que seré capaz de recordarlo al día siguiente con total nitidez. Sin embargo, tras ese tiempo mirando el techo, sigue tan blanco perla y tan estucado como creo que estuvo ayer.

¿Debes irte ya? No importa, tranquila, en realidad el relato que me pedías acaba ya, como el mismo proceso de despertarse o como cualquier rutina cíclica que seas capaz de imaginar. Y termina, en realidad, de la misma manera en la que la vigilia acaba. Conmigo sentado, mirando esa pared llena de imágenes del pasado, alimentos de un ego que con el paso de los años ha seguido el mismo trayecto que mi cuerpo. Se ha marchitado, se ha encogido y se ha llenado de polvo con olor a viejo y a gris. Y así, de esta manera que te he descrito, vuelvo a funcionar. "Un día más", me digo. Y lo paso.

Un beso muy fuerte. No llores. Y vuelve a perdonarme por lo que volverá a pasar mañana. Quizás te resulte menos violento si en vez de volver a preguntarte tu nombre lo llevas escrito en la solapa... Así, durante unos instantes, o minutos, o horas, seguiremos alimentando la ficción de que te he reconocido nada más entrar por la puerta, y de que seguimos siendo, a nuestra extraña y equivocada manera, una familia.

Adios, hija.

1 comentario:

Nacho Hevia dijo...

Hola, Os-k-R

He tardado un poco en comentarte, pero aquí estoy. He de decirte que lo he leído más de una vez...y las que quedan! Porque me ha encantado, amigo.

Me parece un texto genial, de esos que dices "jodder, cómo me hubiese gustado escribirlo a mí"

Sabes? de hecho, es una pieza teatral! Lo leía y leía...e iba dirigiendo la escena, componiendo al personaje... Me gustaría tanto poder interpretar este monólogo que si tuviera la oportunidad no dudaría en pedirte permiso para hacerlo.

Bueno, creo que ha quedado patente que me ha encantado! jejeje

Muy bueno, sí señor!

Cuando quieras nos hacemos un café.

Saludos!