Hace dos días, en mitad de la noche, volví a coger la pluma de escribir de las metáforas sangrantes. Y lo hice guiado por ecos que ya son como vecinos de toda la vida, de los que se presentan en tu casa a la hora de la siesta por el simple hecho de que la confianza, a cucharadas, da asco.
Si cierro los ojos y juego a entrar en mi cabeza, puedo ver la forma de esos ecos. Veo la sencillez de los bordes de mis pensamientos, la belleza y la soltura con las que cada idea se entrelaza con otra. Me asombro ante las montañas y los prados de la inercia en los que pastan, a su aire, pequeños rebaños de celos y amarguras. Y si en un rápido zoom de los de película me acerco a esas montañas.. es ahí donde los veo, en forma de esquirlas enquistadas en la piel caliza curtida por los años.
Es curioso, sabes? Cómo ante ciertas situaciones soy capaz de permanecer impasible y que la vida, las risas, las amarguras, los chistes sobre pollas o los móviles de cemento no alteren mi ánimo. Ver cómo todo lo que me rodea conforma una película que bien podría haber quedado a medias tras el suicidio en masa de todos sus guionistas, y asistir al estreno con una bolsa de palomitas y que no se me tuerza el gesto. Y verla una y otra vez hasta que me coja el sueño cuando la demás audiencia está ya en sus casas, mirando intranquila el techo o llorando por las esquinas.
Es por esto que me descolocan esos ecos y su facilidad para abstraerme y fustigarme con látigos de introspección hiriente. Imagino que siempre han estado ahí, pugnando por un momento en el que puedan salir a decirme que no soy tan de piedra como a veces creo, y que por más que pasen los años sigo golpeándome en los riñones con los cantos de las mesas al pasar entre ellas, y que aunque sigo pretendiendo que ahora solo son rasguños, duelen. Y eso es debido a que golpearte dos veces en una misma herida es mucho peor que múltiples contusiones en todo el cuerpo.
El otro día, a muchos kilómetros de todo y prácticamente a casi ninguno de nada, pude verle las aristas a mi Teoría General del Todo. Y al sentarme, lejos, ausente, nublado e impar, bajo aquella lluvia fina, fui capaz de ver la imagen estereoscópica que se hallaba impresa tras esos ecos. Surgió de golpe y hacia todas partes como las rabiosas varillas de un paraguas azotado por un monzón.
"Todo recto", me decía la imagen. Qué puta.
3 comentarios:
hoy te he descubierto y he empezado a leerte, sin poder parar y llenando con tus palabras el gran vacío que ni siquiera pueden cubrir las mías. espero recuperarlas pronto; quizá este sea el (re)comienzo...
gran blog
un saludo
y aquí estoy
deshilachando
aristas
de la otrora
cariátide
de sentimientos
barroca
saludos...
genial post
No estés triste, he visto "la sencillez de los bordes de tus pensamientos".
Un abrazo.
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