2.7.06

de la Rusia que nunca visité

El tren aminora la marcha y él, consciente de este hecho, medio despierta de la superficialidad de su sueño ligero. El frío se cuela por una rendija del cristal roto de su ventana, y le cala hasta lo más hondo de su ser.

El paisaje no ha variado en lo más mínimo. Grises que acometen con rabia a tonalidades de verdes y blancos que nunca hubiera podido imaginar que existieran. Sigue nevando con fuerza.

Tiene miedo. El viaje ha sido largo y nada le asegura que el hambre se acabe al llegar a Tomsk, donde un posible empleo en la zapatería de su tío le espera. Su único equipaje son una raída bolsa de tela con dos camisas, una muda de ropa interior, un trozo de queso, un lápiz, una hoja de papel amarillenta, y dos fotos de ella.

No sabe durante cuanto tiempo ha viajado, ni es consciente de la distancia que le separa ahora de Moscú. Y qué más dará. Diez metros respecto a mil kilómetros no suponen una diferencia si no la tiene a su lado, susurrándole al oído que todo irá bien, que se tienen el uno al otro y que ya volverá a encontrar trabajo.

Eva siempre sabía convertir los vasos sucios y rotos en lindas copas de cristal de Bohemia, llenas hasta los topes de agua cristalina. Incluso aquellos días tristes en que volvía a casa, sin nada que comer, ella le consolaba abrazandole fuerte y distrayéndole con antiguas canciones aprendidas de su abuela. Nadie como ella para hacerle sonreir desde lo más fondo de su tristeza imitando la fuerte voz de los cosacos cantando la Kalinka.

Y entonces sonreía y recordaba su infancia en Omsk, y haber conocido a Eva en aquel tugurio de Bolshaya, y las historias de su padre sobre los Santos y los seres horrendos de sus antiguos cuentos, y el truco mágico de hacer desaparecer una moneda de cinco kópeks que un día le enseñara su hermano mayor.

El tren pasa por un tramo de vía semi helada. Él se acurruca aun más en el incómodo asiento, como si ese gesto pudiera protegerle del frío extremo de esa Rusia cruel, una Rusia que con el paso de los años se hace más pobre y dura.

Jamás la imaginó como algo tan mezquino. Una personificación de la maldad de la Baba Yaga de los cuentos de su padre que tanto le fascinaban y aterrorizaban.

“Hace tanto frío...” piensa de nuevo, encogiéndose en el pequeño compartimento vacío. Recuerda haber tenido compañía durante la primera parte del viaje, pero el frío extremo de la ventana debió haber ahuyentado hace horas a los dos viajeros que iban con él. Él no puede permitirse el lujo de cambiar de vagón sin un billete con el que justificarlo.

De repente algo cruza su campo de visión entre los árboles helados allí afuera. Lo ha visto como algo muy rápido, captado solo levemente pero asimilado por su cerebro como una forma humana, de eso está seguro. Como también es consciente del hecho de que nada humano sobreviviría allí fuera a aquellas temperaturas bajo cero. Ni se movería tan rápido...

Pega su cara a la ventana intentando visualizar de nuevo algo que le indique que se ha equivocado. Finas hebras de vaho congelado quedan pegadas al cristal, extendiéndose débilmente por el área sobre la que respira.

Está asustado. Débil. Confuso. Hambriento. Los ojos se le cierran del cansancio y las historias de su padre le rondan ahora por la mente. Estrecha contra el las dos fotos de Eva mientras piensa sin poder remediarlo en los seres de sus cuentos. Recuerda a la bruja Baba Yaga hambrienta de carne humana. Recuerda a Vourdalak la Sanguinaria y Eretica, con su forma de mujer que esconde una fiereza voraz. Recuerda a Zmeu en llamas. Recuerda historias de duendes, homúnculos, goblins. Y el miedo aun le hace encogerse más.

Y vuelve a ver algo, directamente delante suyo, a unos metros entre los árboles. Y esta vez está seguro de que es real.

Una cara horrible, con unos ojos enormes y amarillentos. El pelo blanco cayendo sucio por los hombros. Una nariz enorme y aguileña en un rostro hecho trizas, con carne putrefacta y con un aspecto áspero y curtido. Y al verse descubierta la criatura, una sonrisa que muestra una boca llena de dientes afilados y manchados de sangre.

Y le mira.

La bruja Baba Yaga.

Y lo último que recordará, en ese viejo tren, es ver a la vieja acercándose con rapidez al cristal, babeante, casi etérea mientras cruza el aire sobre su mortero de madera. Y el estallido del cristal cuando el horrendo ser golpea con todas sus fuerzas para llevárselo fuera y devorarlo.

Al cabo de media hora el tren parará en Tobol’sk. Y el revisor lamentará que algún gamberro tirara una piedra contra el cristal de ese compartimento, y aunque no encuentre la piedra que debiera estar dentro, le restará importancia.

Ahora tiene dos camisas nuevas y dos fotos de una chica bonita que pondrá sobre la chimenea.


“Teme a la vieja de patas flacas, hijo, pues su apetito es voraz y es el final de todas las cosas”.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

no val que seas el puto amo xdddd

por cierto, creo que ya sabes que after tenemos que ir a ver :p aunque yo ya lo he visto jejeje

muas

Anónimo dijo...

Baba Yaga es un ser despreciable...Cuenta la leyenda que una vez al año, se pasea por un ancestral cementerio de una aldea rusa, para llamar a los pecadores y contar sus dedos...

Hola! pasaba por aquí y... me alegro de haberme detenido...
P.D. Si deseas saber por que cuenta los dedos,busca en; Hellboy (Baba Yaga y otros relatos)
P.D. Estoy impresionada..

Anónimo dijo...

Que tendrá esta baba yaga que enkandila a tanta gente...