Ella cae despedida del golpe ante la puerta, y su chulo le escupe y da un portazo. Se incorpora, magullada. No es justo, piensa. Malgasta sus horas, sus días, vendiendo su cuerpo al mejor postor, a cerdos sucios y maleducados, que la tratan como escoria solo porque al pagar se creen con derecho a ello. Y todo para ganar dos puñados de dólares.
Enciende un pitillo y la oscuridad en que estaba sumido el pasillo retrocede al instante. Y apoyada en esa húmeda pared, llena de desconchados y luces rotas, medita sobre sí misma.
Lo que ella decía. Siempre la misma mierda.
Las caladas del cigarro van al compás de sus pensamientos tristes. Y por enésima vez desde que se metió en esto imagina su vida como una sucesión de errores y tristezas.
La ve pasar ante ella como una película antigua. No una de aquellas que hicieron del cine una grandeza, sino una de las primeras. Las que aun mostrando una historia no tenian sentido. Como todo.
Discusiones de vecinos surgen desde las diferentes puertas. Sonidos de cacerolas y olor a refrito, señal segura de alguien cocinando. En una televisión lejana parece estarse reproduciendo una película de amor, aquella tan conocida en la que chico rico conoce a prostituta y se enamora, y la saca del atolladero. Qué irreal.
Y la vida sigue.
Baja la escalera con un arrastrar de pies, como si aparte de su cuerpo también arrastraran el peso de sus tristezas.
En el rellano del primer piso coincide con un niño que juega con una consola portátil. Recuerda su infancia, y sonríe al verse ante el espejo, jugando a hacerse mayor y gustarle a los chicos.
El chaval alza la vista y sonrie como una burla. Y ella se imagina entonces que ese es su hijo. Que tiene un hogar, y un marido, y que es feliz, y y que le coge de la mano y que salen a la calle, y luego le compra unos caramelos y vuelven contentos a casa. Pero no hace nada de eso, y sale a la calle.
Mira el cielo. Demasiado gris.
Se ajusta el vestido y y comprueba su maquillaje, mientras se dirige a coger un taxi. La vida sigue. Joder.
Por el rabillo del ojo ve acercarse a un hombre con muy mala pinta. Se muere de asco solo con pensar en que pueda ser un cliente. Reza porque pase de largo.
Y cuando el hombre le dirige una fea y torcida sonrisa ella piensa: “Siempre la misma mierda.”
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