Él sale de golpe dando un portazo. De nuevo una discusión con el capitán, y siempre por la misma mierda. No es justo, piensa. Malgasta sus horas, sus días, jugándose el cuello en las sucias calles, persiguiendo a delincuentes y arrestando a malnacidos. Y todo para ganar dos puñados de dólares.
Enciende un pitillo y la oscuridad en que estaba sumido el pasillo retrocede al instante. Y apoyado en esa húmeda pared, llena de desconchados y luces rotas, medita sobre sí mismo.
Lo que él decía. Siempre la misma mierda.
Las caladas del cigarro van al compás de sus pensamientos tristes. Y por enésima vez desde que se metió en esto imagina su vida como una sucesión de errores y tristezas.
La ve pasar ante él como una película antigua. No una de aquellas que hicieron del cine una grandeza, sino una de las primeras. Las que aun mostrando una historia no tenian sentido. Como todo.
Discusiones de vecinos surgen desde las diferentes puertas. Sonidos de cacerolas y olor a refrito, señal segura de alguien cocinando. En una televisión lejana parece estarse reproduciendo una serie de policias, una de esas en que los coches vuelan y estallan, nadie muere, y los jefes no gritan ni te humillan. Y además, los buenos siempre escapan con la chica.
Y la vida sigue.
Baja la escalera con un arrastrar de pies, como si aparte de su cuerpo también arrastraran el peso de sus tristezas.
En el rellano del primer piso coincide con un niño que juega con una consola portátil. Recuerda su infancia, y sonríe al verse jugando a polis y ladrones por las callejuelas del barrio de sus padres.
El chaval alza la vista y sonrie como una burla. Y él se imagina reprendiéndole el estar allí solo, y se ve cogiendo sus datos y llamando a sus padres, y quitándole esa mirada burlona de su rostro en un momento. Pero no hace nada de eso, y sale a la calle.
Mira el cielo. Demasiado gris.
Se ajusta el uniforme y comprueba su arma, mientras camina hacia el coche patrulla. La vida sigue. Joder.
Por el rabillo del ojo ve acercarse a un hombre con muy mala pinta. Por instinto roza el revólver con la mano izquierda, en tensión.
Y cuando el hombre le dirige una fea y torcida sonrisa él piensa: “Siempre la misma mierda.”
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