- Sí.
- He tenido una pesadilla - dice él, mientras se da la vuelta para abrazarla.
- No pasa nada, tonto. Estoy aquí - le contesta ella, sonriéndole a oscuras.
Él la besa, repasando el recorrido de su sonrisa con los labios, intranquilo aún. Y mientras le acaricia el pelo le explica:
- Era muy real, ¿sabes? He soñado que nunca te había conocido. Que los días eran grises porque tú no podías iluminarlos con ese gesto que haces con las manos. Que eran también días largos, que las horas goteaban del reloj de la monotonía y que el sonido que hacían quebraba mis intentos de inventarte o conocerte, no estoy seguro. Que mi lado de la cama estaba caliente pero que el otro estaba frío, y yo sabía que algo fallaba y que las sumas no me daban el resultado correcto. Que te veía por la calle y te saludaba, y tu no me reconocías y te girabas como si yo saludara a alguien que caminaba detrás de ti. Menudo sueño, ¿no?
Ella sonríe de nuevo en la oscuridad y le acaricia el cuello. Tras unos momentos en silencio, ella le susurra que no pasa nada. Y cuando él se relaja un poco con sus caricias, ella le pregunta:
- ¿Cómo me llamo?
- ¡Menuda pregunta! - le contesta. Y al instante se da cuenta de que no sabe la respuesta.
- Entiendes lo que eso implica... ¿verdad? - le susurra ella.
- Sí. No existes.
Y despierta.