4.12.07

huída, o del amor (X)

Miénteme.

Dime que no me dolerá. Que cuando desaparezcas por esa puerta te llevarás contigo mis posibles penas como si de tu equipaje de mano se tratara. Que cuando oiga como el ascensor cierra sus puertas contigo dentro seré capaz de encender la tele y reirme de cualquier programa.

Sincérate.

Dime la verdad. Que había más gente que rellenaba los huecos en tu almohada. Que esas noches que he pasado en vela mirando el móvil han sido todas en vano. Que tú ya conocías nuestra fecha de caducidad cuando yo ni tan siquiera había dado la vuelta al envase. Que para ti es más fácil decir te quiero que llenar de risas los espacios en blanco.


Dijiste que era amor, ¿sabes?. Y yo, necio de mí, tomé una polaroid con tus palabras y la arropé en mi rincón del mundo.

Llévate esta pequeña cajita. En ella guardo las alegrías que me lanzaste, las sorpresas que me hiciste, las sonrisas que me prestaste, los estremecimientos de cuando me abrazaste y la piel de gallina de sentirte cerca. ¿Eso era amor? Ya no la quiero.

25.11.07

sitcom

Se llama David. Tiene treinta y seis años y SIDA. Tiene el pelo de un negro azabache y muy liso, siempre con esa medida incómoda que cae sobre los ojos y oculta el rostro (serio, cansado y oscuro). Tiene en el brazo una cicatriz de una quemadura y también tiene ganas de suicidarse.

David no tiene la culpa de la mayoría de cosas que le ocurren, a su modo de ver. Tal como el percibe la realidad (su realidad, a fin de cuentas), la vida no es más que una película montada a partir de secuencias en las que él fue el protagonista cuando en realidad debería haberlo sido un doble de escenas de riesgo.

Estuvo ahí, de invitado de última hora, el día de su primer desamor. De haber sido una obra de teatro el público hubiera sido consciente de que David no se sabía el guión. Anduvo de un lado a otro, como lobo inquieto en jaula pequeña, capeando el temporal de preguntas sin respuesta que ella (una zorra amargada, cinco años mayor que él y muy dada a manipulaciones) le lanzaba sin ton ni son. Al final él tuvo la culpa de que ella le engañara con tres o cuatro mamones. Se lo merecía, incluso.

También andaba por allí el día de su primera dosis. Juan siempre fue (desgraciadamente) el único amigo que David consiguió mantener. Juan era alto, desgarbado, de sonrisa fría falsa y fea, y camello de los duros. La imagen de aquel momento se le aparece a David como la de un programa de entrevistas, en el que el presentador, Juan, lanza al aire la pregunta "Quien quiere no vivir?". Y él, en un alarde de estultez se precipita sin haber entendido la pregunta, levanta la mano en el público para salir a participar. Las cámaras le enfocaban a él, único idiota sordo de entre todo un séquito de idiotas. Pero allí estaba él, directamente catapultado hacia el estrellato.

La vida de David es digna de reality show basura, aunque el guión sea lo suficientemente denso como para una sitcom. Y escribirlo quizás haya sido una de las cosas más sencillas que jamás haya hecho. Se ha limitado a vivir, o más bien dicho, a deslizarse como una babosa por la senda de un destino que nunca ha dejado de darle puñaladas traperas en los momentos más desafortunados.

David se despierta y mira por la ventana de su comedor. Hasta hace una semana podía ver el cielo gris y contaminado de Madrid. Ahora solamente puede admirar el ladrillo del edificio que están construyendo junto al suyo.

Sonríe, y en el guión imaginario de la telecomedia de su vida el público obedece ante el cartel que parpadea en rojo e indica "RISAS".

(risas)

Y se ríe.

13.11.07

en el cristal

El frío se cuela por las rendijas de la ventanilla mal cerrada del compartimento. Le cala hasta los huesos, se le mete en las entrañas y se le enreda en el pelo. Es un frío blanco, irreverente y duro. Le hace enrojecer la piel e incluso casi duele solo de pensar en él.

Fuera todo está negro. El manto helado cubre un paisaje que se adivina tétrico, de cuento de terror o película de horror y palomitas. Sombras de árboles danzan en sentido contrario al del tren que avanza.

Una noria de recuerdos se mece entre sus neuronas. Miles de adjetivos, la mayoría de ellos insuficientemente sangrantes, salen despedidos de sus labios mudos hacia él.

Y erran.

El vaho de su respiración deja una fina película en el cristal. Una y otra vez los ojos se le empañan y repite para si el mismo mantra: "no debía ser así".

Muchos kilómetros de vuelta sobre sus espaldas, muchas promesas que bajaron en estaciones fantasma y muchos besos que se quedaron en el compartimento de equipaje de un tren que no iba a ninguna parte.

La respiración se convierte en un jadeo quedo, casi un susurro que enumera porqués sin respuesta ni consuelo, con el "bam-bam" del traqueteo sobre las vías como única compañía.

"Duele", piensa, y esa simple palabra no es capaz de definir la herida que arde de dentro a fuera, que traspasa su pecho y hace crujir los dientes cada vez que piensa.

"Duele, oh sí".

Y en el cristal ha dibujado un corazón roto en mil pedazos.

2.11.07

si yo supiera (o si yo pudiera)

Nada, ¿lo entiendes? Cero, el vacío absoluto. Ese es el regalo que trae la lluvia cuando repiquetea en el suelo de la terraza.

Recuerdo tantas cosas que a veces siento que me mareo. Y puede que ninguna de ellas sea cierta en la medida en que debería serlo. Me canso. Partido tras partido, set tras set, lo único que acabo haciendo es devolver pelotas que iban directamente fuera. Rebobino una y otra vez la misma cinta en formato super ocho, esa en la que te ves a ti mismo más joven y borroso y te avergüenzas de lo que hacías, y aún sintiendo ese rubor sigues poniéndola, una y otra vez, porque las cosas son así y quieres que tus amistades vean lo que hacías.

Y me odio por ello.


Perro viejo en una camada reciente, y de una manera extremadamente dolorosa, sangrante, y palpitante... el único ciego que camina un paso por delante en un mundo de mudos obstinados. A saber cómo me las voy a apañar para encontrar el camino si no hay nada, absolutamente nada, que yo pueda oir para guiarme.


Oh dios como me duele el alma a veces...

26.10.07

mi parte oculta de la luna

La luna me hechiza.

Recuerdo cuando era niño y a las diez de la noche sacaba a mi perro a pasear. Recuerdo cómo podía dejar pasar los minutos contemplándola: me sentaba en uno de aquellos estropeados bancos del parque, bien abrigado cuando era invierno o cuando llovía. Y la miraba.

Sé que de alguna manera ella influía en mis estados de ánimo. Cuando era llena parecía como si todos los caminos que llevaban a alguna parte fueran más cortos; como si los trayectos que hasta ese momento se me antojaran largos pudieran subdividirse en pequeños senderos, fáciles de recorrer si el empeño te echaba una mano. Recuerdo como la miraba preso de unas alegrías azules que no podría definir, y todo me parecían vasos medio llenos, zumos de sabores divertidos y paredes de colores vistosos.

Cuando había luna nueva, o cuando estaba nublado y no podía contemplarla del todo, me embargaban sensaciones tristes. Eran momentos en que independientemente de cualesquiera fueran las circunstancias de mi vida la pena venía a mí si que tuviera que abrirle la puerta ni pudiera cerrársela en las narices. Pequeñas gotas de tristeza resbalando por una superficie plana, todas viniendo de los más dispares orígenes, y yendo a encontrarse en el río triste de mi estado de ánimo.

En ocasiones como aquella se me hacía un nudo en el estómago y los ojos se me encharcaban. Mi perro venía a mí, con ese sexto sentido que tienen todos los animales para esas cosas, y me ladraba, amable, fiel, optimista. Entonces yo le tiraba la pelota y volvía a mi pequeña burbuja de miserias de papel. Puede que fuera una especie de autoflagelación complaciente, una manera de decirle al mundo que, ey, existía, y que para demostrarlo era capaz de rasgarme en dos el alma sin motivo aparente.

Con el tiempo aprendí que no estaba bien ser capaz de alterar mi ánimo de aquella manera.

Y mi perro murió.
Y yo crecí.
Y dejé de contemplar mi parte oculta de la luna.



(pero el nudo en el estómago sigue surgiendo cuando él quiere)


Para i, que no sé si sigue leyéndome a ratos desde ese país que no sé situar en un mapa.

Jo també me'n recordo de tu..

15.10.07

elijo A cuando quiero B

Hoy le ladro a la pena y la soledad. ¿Sabes? a veces tomar decisiones correctas es lo peor que uno puede hacerse.

Hace unos días decidí que A. Pensé largo y tendido cual sería la opción que doliera menos, y esa era B. Pero claro, a veces lo sencillo a corto plazo no tiene porqué ser lo más sensato a largo plazo.

Ayer finalmente hice A. Y con la pena dentro, seguí mirando la tele en un sitio que no era el mío, en un sofá que no era el mío y durmiendo en una cama que durante unas horas sí que fue nuestra. Y ese olor a nosotros ha sido la nana que me ha arropado.

Qué frías pueden ser las noches, las mañanas, y los despertares.

Hoy volvía del aeropuerto. Fuera hacía el mismo sol que en el planeta del que partí a las ocho. Pero dentro de mí, A se removía como un postre a medio digerir, estirando las terminaciones nerviosas de mi cerebro y diciendole que de sol nada, que las nubes amenazaban tormenta y que esta vez no era una lluvia de la que repiquetea en los cristales y te adormece.

Al llegar a casa B ha intentado volver a mi mente. Y al sentarme al ordenador y mirar el horizonte a través de la pantalla apagada, A ha cobrado fuerza tímidamente.

He escrito un mensaje, y he llorado como un niño. Qué imbécil.



Ayer por la tarde, entre risas, toallas, bocadillos y bellotas, hablaba contigo de la química del cerebro. Y hoy esa misma química me devuelve la pelota. Pues aunque no seamos más que carne, hueso y sangre, las agujas de la vida siguen pudiendo atravesarnos.

Elijo A. Y lloro.

3.10.07

Tarde o temprano

Le sirve un café ("cortado, descafeinado de sobre, leche natural, gracias"), como viene haciéndolo cada día desde hará cosa de meses.

Lo observa con curiosidad disimulada desde el anonimato de la barra del bar, mientras atiende a otros clientes con esa máscara de sonrisa de los que acostumbran a trabajar de cara al público.

En la realidad él nunca levanta la vista de su taza, que contempla absorto como si los posos de café fueran capaces de guiarle por inescrutables sendas de elecciones mudas. En la mente de Ana, él pasea su mirada distraída por la clientela de las mesas y acaba posando sus ojos sobre ella. "Son bonitos", piensa la Ana de esos sueños, "azules y profundos".

Pero él nunca la mira. Nisiquiera sabe de qué color son sus ojos.

A los quince minutos exactos desde que entra en el bar el chico se levanta, como siempre, y deja el dinero del café y la propina encima de la barra. Musita un "gracias" con voz apagada, una sencilla palabra que Ana siempre ha considerado que él pronuncia con un tono de tristeza gris. Sale como siempre con el cuerpo encogido como si intentara no destacar, confundirse con lo que le rodea, mimetizarse con un entorno de olor a tabaco viejo, carajillos mañaneros y aceitunas en conserva tras el cristal de la barra. Rodea la misma mesa con el mismo movimiento, mueve la cabeza de la misma forma, abre la puerta con la misma mano izquierda lo justo para dejar pasar su cuerpo, y desaparece calle arriba.

Las once y diez, dice el reloj colgado de la pared lateral del bar. Y Ana, como siempre, sonríe. Mientras el abuelo Antonio le cuenta sus penas del día ella guarda el dinero en la caja registradora. Sonríe porque sabe que tarde o temprano, él la mirará a los ojos y ella podrá devolverle la mirada.

"Hasta mañana", piensa para si. "No hay prisa."

22.9.07

Escorpio (II)

... y en cuanto esté ahí, a solas, contigo, te confesaré al oído todos mis sucios pensamientos.. del primero al último...

... y todo aquello que hayas deseado o pensado, sea lo que sea, lo haremos realidad...

... y mis dedos no dejaran de tocarte, y no quedara poro en tu piel que no haya sido tocado, besado, mordido y lamido...

... y mi boca sera tuya, y mi lengua buscará por los rincones de tu cuerpo el compás, la frecuencia, el ritmo y la melodía que te lleven muy muy lejos, a casa...

... y tu cuerpo y el mío se unirán, y bailaremos el vals de los cuerpos; una danza de ritmos que serán salvajes o pausados según vayamos improvisando...

... y cuando no estemos siguiendo la música de nuestros cuerpos; cuando estemos con más gente, o de fiesta, o paseando, y mi mirada y la tuya se den la mano... aún cuando esa música se separe en 1072Km de partituras...

... tararearemos todas las estrofas. Son canciones que ya nos sabemos :)

para a, desde lejos, para que me sienta cerca.

20.8.07

Encántame...

En Barajas hace calor.

Sentado aquí, esperando a que los minutos se sucedan, escribo sobre la vida y sobre lo que me rodea, armado tan solo con mi MP3 y el boli inyección que tú me regalaste.

El panel que anuncia conexiones de vuelos parpadea y cambia cada dos minutos, y los viajeros que esperan se levantan en aluvión, impacientes, para saber si ya se anuncia su puerta de embarque. Contemplan la pantalla esperanzados, y se vuelven a sentar. Y repiten la misma danza, una y otra vez, coreografía triste de tarde de domingo en un aeropuerto que para muchos de ellos solo es de paso. Un turista alemán, rubio de ojos claros (supongo que por aquello de no saltarse la norma aria) repite el trayecto de rutina al panel y vuelve con la misma cara de tonto con la que levantó.

Impaciencia terminal, debería llamarse.

(Y yo repito su trayecto, y la columna que marca el embarque sigue indicando que no tengo puerta asignada).

Dentro de esta nueva terminal la gente parece diferente. Movida por un régimen de horas y minutos tan cerrado la gente parece tranquilizarse y moverse al ralentí. Ese hombre de la maleta roja, sin ir mas lejos, pasea perdido en sus pensamientos, mirando cada rincón como si se encontrara en la Acrópolis de Atenas. Veo como se para un instante y contempla el techo de la terminal, donde una serie de olas de madera y aluminio amarillo imitan de alguna manera el mar ondulado. No, aquí no hay playa.

Una sucesión de americanas negras, corbatas negras y zapatos negros, fotocopias unos de otros, me hace salir de mi enmimismamiento.

Qué curioso... Pareciera que con un día tuviste suficiente para pegarme tu manía de mirar al infinito sin parpadear.

"Encántame o teu sorriso", pienso.

Y entre carritos de maletas, los aviones, el sol poniéndose y los turistas con sombrero de vaquero, me abstraigo de ese pequeño rincón de pena que me traigo de souvenir.

Hasta luego.

19.7.07

demasiado tarde

- Hola.
- Sí, "hola". Como si todo fuera tan sencillo...
- Quizás hubieras preferido que girara la cabeza y que mi nuca susurrara tu nombre.
- Mejor esto que nada, supongo. ¿Y bien?
- ¿Y bien, qué? Creo que no tengo nada que contarte, ni tú tienes nada que reprocharme. Hace tiempo que tu vida y la mía discurren sin cruzarse.
- Tienes razón. Las intersecciones nunca fueron lo nuestro. Ni siquiera cuando parecíamos novios.
- ¿Parecíamos? Eres incapaz de concretar lo que un día fuimos sin que te tiemblen la voz y las rodillas. Me marcho. No debería haber venido. Pareces dueña de un rencor que no es el tuyo. Y lo peor de todo es que se diría que me lo has robado a mí.
- Eso, huye. Como siempre has hecho.
- Te quiero. Adios.