20.7.11

Cuba

Salsa y sonrisas. Bailes y barcos. Playas y puentes sobre cascadas. Ron y reuniones con una guitarra en mano.

Me llevo de este viaje momentos míticos... como esas horas de hechizo, en el bar Montserrate, aprendiendo que, a diferencia del europeo, que esta lleno de rencores, dudas, distancias y reparos, el cubano esta lleno de ritmo y música. Porque es lo único que tiene, lo único que le queda, y a lo que se aferra con todo su arte y ahínco. Y es capaz de cantar y bailar durante quince minutos, y hacer que bailen los camareros, la gente que pasa por ahí, la gente que mira desde las mesas. Y todos sintonizan la misma frecuencia y beben del mismo arte. Qué rabia da sentirse observador desde fuera de esa demostración de vida... Pero bueno, al menos aprendí lo que es la experiencia cercana a la muerte de la mano del ron con cerveza (gracias, Duabel).

Me acompañará también en el recuerdo el momento en que llegué a la orilla de la playa en Cayo Levisa. Bajo un sol abrasador que se colaba por entre los manglares, sudando a mares.. y de repente aparece ante ti la mayor piscina que jamás hayas visto. Es como entrar en un póster de ésos que colocan en las agencias de viajes... una imagen de arenas blancas, sombrillas de hoja de palmera, y aguas transparentes. ¿El remate final? que en esa playa haya un máximo de veinte personas.

Justo cuando escribo esto tengo a mi lado la tarjeta de visita de Villa Barby y Omar. Es difícil de expresar la impresión que te produce poder conectar de la manera como lo haces con la gente en ese país. Como pasas de estar andando por la calle a estar cantando canciones y tomando con ellos en su casa, riendo, contando chistes, intentando secretamente impregnarte con su manera de ser, de compartir. Y mientras lo haces sentir que conectas y que querrías formar parte de ello para siempre, y no ser un extranjero que se avergüenza de lo diferente que sería una tarde en su país de origen. En mi mente queda grabada esa canción, Guantanamera, y el mojito y las galletas saladas, y las risas hasta que las tripas te duelen, y esas chicas americanas riendo confundidas ante lo que estaban viendo sin poder creerse que no éramos mas que yuma, un par de extranjeros como ellas.

Muchas más cosas pasean por mi mente. Flashes fugaces de noches extrañas y días calurosos, de historias sobre dioses contadas por un babalawa ebrio y melancólico -Walfri, qué grande eres -, de paseos y de equívocos, de timos, trampas y palmeras, de buscar tarjetas de teléfono y divagar ante el Capitolio acerca de la santería con Luca, un chaval italiano de paso en Cuba en una vuelta al mundo totalmente digna de admirar. Y envolviéndolo todo... esa temperatura infernal.

El aire de cuba hierve con fuerza. Es un aire caliente, que se te mete dentro y te susurra lo mismo que una cubana negra borracha nos dijo una tarde-noche de tomar ron cola en el Parque Central: que para qué beber cubalibres, que Cuba ya es libre. De una manera vaga, vi una Cuba que comienza a susurrar lo que quiere y lo que espera. Cuando el cubano te coge confianza, planchao en mano, te explica lo que ve. Recuerdo a aquel policía cubano, fuera de servicio ya, tomando con nosotros en el Paseo del Prado. Y de cómo nos explicaba sobre la represión y la necesidad, y sobre lo que no se quiere mostrar a los cubanos.

Cuba espera una oportunidad, tras la sombra del aún invisible primer mártir de su nueva revolución.

1 comentario:

Gabriela dijo...

andas volviendo, y trayendo mucho más que paisajes....