18.8.05

aquel color

Siempre con esa confianza que el repiqueteo del agua te infunde, dejas casi caer tu cuerpo sobre la silla. Un cuerpo cansado, demacrado y marchito, tras muchas horas de caminar, saltar y bailar en unas fiestas que no son las tuyas.


¿Recuerdas aquella película, la que hablaba de cielos color vainilla? Rembrandt nunca tuvo nada que ver en ello. Tan sólo los juegos de luces y sombras que otrora fueron blancas y rosas, y que aparecen ahora con tonalidades naranjas, grises y negras. Tristes como arena de playa con restos de alquitrán y sal.


Puedes oir la lluvia cayendo mansamente sobre todas las superficies, y distinguir de entre ellas los sonidos que producen: gotas chocando contra el plástico... contra la madera de un cobertizo... contra las hojas de los plataneros... contra las viejas vigas que nunca nadie quitó... e incluso te acaban recordando que el andamio de las obras aún sigue ahí, olvidado por unos obreros que tuvieron más prisa en ir de vacaciones que en acabar lo que empezaron.


Cierras los ojos en un ejercicio de aplacamiento del mundo exterior. Este gesto siempre ha tenido la maravillosa propiedad de calmarte, de alejar todo y a todos de ti mismo por unos instantes, como si la luz que incide en tus pupilas fuera la portadora de sus esencias, de aquel "yo" que los define, y que muchas veces desearías que más que un "yo" fuera un "tú".


Y tras ese cerrar de ojos sonríes, puesto que en el mundo solo quedan esas gotas, ese cielo, esa barandilla, y tú mismo.


Autismo de bolsillo para noches etílicas de corto alcance, soledad de escaparate en las tiendas abiertas veinticuatro horas, trescientos sesenta y cinco dias al año, pero que durante diez minutos cerraron.


¡Ah, se me olvidaba! Sigur Rós te envía recuerdos. Dice que no olvides aquello...





para s, aunque dudo que lo leas.

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