30.5.05

del amor (IV)

Imáginate que el tiempo se detiene de repente, y que todo lo que te rodea queda suspendido en el aire o inmóbil en su sitio, como en unos malos efectos especiales de película de ciencia ficción. En el mismo instante en que todo esto empieza, el pulso se acelera; notas ese cosquilleo en las muñecas, manadas de hormigas que bajan hasta la palma de tu mano, como enloquecidas por el palito de un niño en la entrada de su hormiguero.


Notas que la válvula que bombea sangre a todo el cuerpo aumenta el ritmo; la sangre llega más rápido a todas partes. El cerebro queda embotado, la piel te palpita y la respiración pierde el compás, imitando al pobre músico de banda que ayer no debió salir de copas.


Las glándulas de sudor que cubren toda tu piel entran en alerta. El vello se eriza a lo largo del brazo, campo de espigas mecido por una brisa cálida. Imagina también que tus rodillas dejan de funcionar, y la suerte que has tenido de estar sentado en este momento. Las mejillas se notan más tensas, cálidas, y te preguntas si habrás enrojecido y si los que te rodean se habrán dado cuenta.


En ese instante es cuando me reconoces entre la gente, me sonríes y te acercas, nos saludamos, y tu boca y la mía se hablan, y tu mirada y la mía se besan.

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