23.7.09

la avenida de los quisieras

Ayer noche, tumbado en la cama, volví a pasear por la avenida de los quisieras.

Todo surgió por culpa de la luz. Quizás sea una tontería, pero la coincidencia de sus colores con mi melancólico apodo en un blog en el que escribo, me hizo desvelarme a medias. Recuerdo que moviéndome un poco como en sueños alargué la mano hacia la rendija del balcón, sin saber muy bien el porqué del absurdo gesto. No se si me convencí de que podría coger esas nubes anaranjadas si me lo proponía, o si buscaba llegar hasta una perspectiva que en este justo instante veo mucho más que necesaria.

La vida se comporta como si yo fuera un borracho intentando enrollar una madeja de hilo. A ratos se deja, y veo el camino limpio y llano, veo el tiro directo a portería, veo el sendero marcado con luces de neón y carteles, una senda para tontos que acaba enviando al sr. azar y a la sra. suerte al bar de la esquina a por tabaco. Otras veces los dedos me fallan, la madeja a medio enrollar se me cae de las manos, y todo vuelve al punto de inicio. La única diferencia es que le sumo diez a mi contador de rabia y rencor y decido irme a por un tentempié antes de volver a repetir el proceso. "Quizás necesite beber más", me digo a mi mismo, intentanto autoconvencerme de que no he perdido el tiempo y de que los callos de las manos se me irán si los ignoro, y de que el tiempo perdido también puede ser borrado solo con concentrarme y cerrar los ojos. En otras ocasiones mis dedos ebrios cobran vida por si mismos y enmarañan la madeja. Y tonto de mi, de puro nervio y confusión, de sincero miedo y de honda desesperación, hundo los dedos más y más entre los hilos, buscando el "desde dónde" para intentar encontrar un "para qué". Y no hay manera.

Al cabo de un rato de alzar la mano, entrecerrar un ojo y jugar a atrapar las nubes anaranjadas, le di al botón mental de reinicio.

Y a bailar el bals de los ancestros, el de reirle a las tristezas y llorarle a las alegrías.

8.7.09

coincidencias

Sobre música, sobre astros, sobre opiniones, sobre sonrisas ocultas y sonrisas vistas. Coincidencias como telarañas que lo cubren todo, bañadas por ese matiz dulce que queda en la boca tras ese décimo beso de chicle que no has tenido que robar.

Coincidencias grandes y pequeñas, sorprendentes o evidentes, coincidencias de cámara oculta que buscas, como si algo no encajara o como si todo encajara de mejor manera de lo que debiera.


¿Y sabes qué banda sonora tiene?

3.7.09

AVE

El panel digital marca 35º fuera. Un calor que derrite, como el que ha hecho en Madrid estos tres días: tan sofocante que al respirarlo notabas como se arrastraba hasta los bronquios como si de papel de lija se tratara. En una broma graciosa y bastante póstuma, el GPS me indica que estamos en algun lado enmedio de la nada, cerca de La Almunia de Doña Godina, cerquita de Zaragoza. Un saludo, maestro Eugenio...

El paisaje fuera es la fotocopia de una fotocopia de un borrador de la españa profunda, la que escribes en minúsculas de tantas veces que has visto. Yerma, marrón y triste, paisaje marciano de no ser por esa vegetación que salpica avergonzada cada tantos metros.

El AVE mueve las cosas muy rápido. En este momento a 293Km/h. Puede que eso afecte de alguna manera a mis procesos cognitivos, al tránsito de ideas entre neuronas o a los partidos de tenis que se montan mis sentidos con mi cerebro. Vete tú a saber. La teoría, de hecho, es válida incluso aplicándola a los viajes en avión, momento en el cual también sería capaz de escribir libros a codazos.

Me pregunto quién mueve el guión y hace que sonría y me entristezca a partes iguales y alternativas tantas veces en tan poco espacio de tiempo. Y es que hoy han sido unas cuantas. Lo de hoy podría incluso verlo como una ensalada de sentimientos contrapuestos. Puedo visualizar la receta, contada por un chef barbudo y canoso en un programa de cocina de las tres de la tarde. Ver como sale ante la cámara y cuenta uno de esos chistes malos que a nadie interesan. “Ponga un manojo de nervios en el fondo de la ensaladera”, dice, y yo obedezco y así lo hago. Y me calmo un poco. “Coja su ambición y córtela en pedacitos”, y de nuevo hago lo que me dice y me hago algo más pequeño. Y así hasta que la larga lista de ingredientes acaba cortada, consumida, aderezada y servida.

Finalmente, el chef sirve el plato a otra persona, una reina de la telebasura que al probarlo, hace un comentario borde sobre lo insípido que ha quedado.

Y qué quieres, chica, si en algún momento del proceso se le perdió mi corazón entre los montones de verdura.


Supera esto. Vas a ser capaz. Presupongamos que vuelves al camino. Quizás sea verdad que, como el montar en bici, lo de sentir y querer no se olvida.

De momento... qué más da.