20.8.07

Encántame...

En Barajas hace calor.

Sentado aquí, esperando a que los minutos se sucedan, escribo sobre la vida y sobre lo que me rodea, armado tan solo con mi MP3 y el boli inyección que tú me regalaste.

El panel que anuncia conexiones de vuelos parpadea y cambia cada dos minutos, y los viajeros que esperan se levantan en aluvión, impacientes, para saber si ya se anuncia su puerta de embarque. Contemplan la pantalla esperanzados, y se vuelven a sentar. Y repiten la misma danza, una y otra vez, coreografía triste de tarde de domingo en un aeropuerto que para muchos de ellos solo es de paso. Un turista alemán, rubio de ojos claros (supongo que por aquello de no saltarse la norma aria) repite el trayecto de rutina al panel y vuelve con la misma cara de tonto con la que levantó.

Impaciencia terminal, debería llamarse.

(Y yo repito su trayecto, y la columna que marca el embarque sigue indicando que no tengo puerta asignada).

Dentro de esta nueva terminal la gente parece diferente. Movida por un régimen de horas y minutos tan cerrado la gente parece tranquilizarse y moverse al ralentí. Ese hombre de la maleta roja, sin ir mas lejos, pasea perdido en sus pensamientos, mirando cada rincón como si se encontrara en la Acrópolis de Atenas. Veo como se para un instante y contempla el techo de la terminal, donde una serie de olas de madera y aluminio amarillo imitan de alguna manera el mar ondulado. No, aquí no hay playa.

Una sucesión de americanas negras, corbatas negras y zapatos negros, fotocopias unos de otros, me hace salir de mi enmimismamiento.

Qué curioso... Pareciera que con un día tuviste suficiente para pegarme tu manía de mirar al infinito sin parpadear.

"Encántame o teu sorriso", pienso.

Y entre carritos de maletas, los aviones, el sol poniéndose y los turistas con sombrero de vaquero, me abstraigo de ese pequeño rincón de pena que me traigo de souvenir.

Hasta luego.