26.5.07

el principio de ti en mí, o del amor (IX)

Me reconforta volver a hablar de ti. Supongo que, inevitablemente, nunca desapareces del todo.

Sabes? es curioso el efecto que siempre has provocado en mí. Sin darme cuenta surge de la nada ese pensamiento, ese cosquilleo, y tengo que levantarme de la cama y escribir sobre aquello que me haces sentir.

Te quiero. Desde la primera pelea que tuvimos. Un tuya mía que empezó como un juego de quien puede más. Y siempre recordaré cómo se me hizo trizas el corazón cuando de tan triste volcaste la primera lágrima. En aquél momento,de habérmelo pedido, hubiera abierto el cielo en dos por una sonrisa pilla de las tuyas. Cuando conseguimos arreglarlo nuestro beso fue bisiesto.

Te quiero. Desde la primera vez que te penetré. No recuerdo en qué momento creí que me iba a desmayar. Gemías dulcemente y me pedías que siguiera. Y aquella erección palpitante, molesta de tan dura era, nos sumió en una montaña de sensaciones. No hubiera habido manera de diferenciar nuestros cuerpos si un dios cruel hubiera intentado separarnos. Durante horas tu sudor y el mío se mezclaron, y te demostré que el deseo puede hacer arder las sábanas y la médula.

Te quiero. Desde la primera sonrisa que me dedicaste. Cuando estando allí sentados (lo recuerdas?) sonó aquella canción que te gusta tanto. Y en la desvencijada mesa de aquel bar no había otra chica que no fueras tú. Ni otra boca que no fuera la tuya. Sonreiste mientras tarareabas y el corazón se me desbocó. Bien pudiera haberse oído sobre el estruendo de las otras mesas y las de nuestros amigos hablando.

Te quiero. Desde la primera vez que rocé tu piel. No te diste cuenta de que con aquél gesto de coger tu bolso de la silla me tocaste sin querer la mano. Y con todo el vello erizado y calambres eléctricos en la espalda, te conté uno de esos chistes vacuos. Qué malo, me dijiste girándote. Y yo te quise aún más por lo espontáneo de tu desaire.

Te quiero. Desde el primer beso de chicle que me diste. Rápido, sin importancia, te giraste ante una de mis bromas grises y tu boca y la mía se abrieron, tu lengua y la mía se encontraron y todo se detuvo. Sabor a zumo de naranja y a triunfo, sabor a horas de hipótesis de como sería, sabor cálido y blanco. Un beso de un segundo tras el cuál seguiste bailando con tus dos amigos.



Todo se mezcla en mi cerebro. Como si aún siguieras sin existir. Y sin embargo, te quiero, mi desconocida.

7.5.07

Vudú

Reconocería tu voz incluso enmedio de una tormenta vieja. Hablabas en un idioma que no alcanzaba a entender, parecido a cualquiera de los mil dialectos de las tierras africanas de nuestros antepasados. Gritabas

Llegamos allí siguiendo las instrucciones de los viejos del lugar. Tú ibas delante, a cada paso altivo intentando demostrarme que no tenías miedo. "Te demostraré que ella no mató a nuestra madre", dijiste. "No es más que una vieja desdentada muy lejos de su tierra y su gente". Y yo te creí, presa del terror a la oscuridad y a los muertos. Te seguía como lo haría un cordero a otro en un rebaño acechado por chacales.


y yo era consciente de mi impotencia, de mi desesperación. Quería ayudarte pero no sabía como. Y queda en mi memoria tu gesto vago de alargar los brazos; recuerdo a la perfección la forma arqueada de tu antebrazo, tu mano abierta y tus dedos extendidos, intentando alcanzar lo que fuera que estuvieras viendo. Abrí la boca para llamarte

Al llegar a la costa la vimos en un círculo de luz. Encorbada por la edad, con la piel del color del betún y con la textura del caucho viejo. Se giró con satisfacción y arrogancia esperando humillación y terror abyecto por tu parte. Pero tu te sentaste en una piedra, y hiciste algo que ella no esperaba.

pero no surgía palabra alguna. De repente me fijaba en el cielo y todo cambiaba del color. Se abrían las nubes y surgían las voces de los loa. "Sangre", reclamaban. Y todo giraba a mi alrededor. Unos zarzillos negros surgían de tus dedos y se deshacían en mil ramificaciones.

Te burlaste de Mama Djijú. Nunca creíste que pudiera funcionar, y aquella noche a la luz de las antorchas, en aquella playa vacía de una isla de Las Antillas, te reíste de sus historias de dioses en la tierra, de sus cuentos sobre los hougans que liberarían la tierra. Te burlaste de Damballah Wedo y de las historias de sus hijos. Y cuando acabaste de reir, le diste la espalda y te fuiste. Y yo te seguí en silencio, siendo consciente del repiqueteo de la lluvia sobre las hojas de los cocoteros.

Grité. Y al hacerlo desperté, empapado en sudor. Intranquilo, me incorporé a mirar si te habías despertado por mi grito. Y permanecí allí plantado, delante de tu cadáver ensangrentado, pensando en cómo le pediría perdón a Mamá Djijú.

"Ojalá me perdone si le traigo dos gallos negros", pensé fríamente.

Y las lágrimas y la pena no me dejaron dormir.