20.4.06

la misma mierda (III)

Él sale lentamente y cierra tras de si sin hacer ruido alguno. De nuevo ha sembrado la muerte. No es justo, piensa. Malgasta sus horas, sus días, matando a sangre fría a gente que no conoce ni conocerá. Y todo para ganar dos puñados de dólares.

Enciende un pitillo y la oscuridad en que estaba sumido el pasillo retrocede al instante. Y apoyado en esa húmeda pared, llena de desconchados y luces rotas, medita sobre sí mismo.

Lo que él decía. Siempre la misma mierda.

Las caladas del cigarro van al compás de sus pensamientos tristes. Y por enésima vez desde que se metió en esto imagina su vida como una sucesión de errores y tristezas.

La ve pasar ante él como una película antigua. No una de aquellas que hicieron del cine una grandeza, sino una de las primeras. Las que aun mostrando una historia no tenian sentido. Como todo.

Discusiones de vecinos surgen desde las diferentes puertas. Sonidos de cacerolas y olor a refrito, señal segura de alguien cocinando. En una televisión lejana acierta a reconocer una película de acción. Una de esas en que muere mucha gente pero nadie sangra, y los malvados hablan mucho y sonrien poco. Pero en la realidad, lo unico que uno ve es la sangre. Manchándolo todo.

Y la vida sigue.

Baja la escalera con un arrastrar de pies, como si aparte de su cuerpo también arrastraran el peso de sus tristezas.

En el rellano del primer piso coincide con un niño que juega con una consola portátil. Recuerda su infancia, y sonríe al recordar lo que experimentó aquella primera vez, hace muchos años, en que mató a un ser vivo. Y la sensación de poder que le embargó.

El chaval alza la vista y sonrie como una burla. Y él se imagina acuchillandolo, una y otra vez, llenando las paredes con la sangre de ese chaval, castigándolo con saña. Pero no hace nada de eso, y sale a la calle.

Mira el cielo. Demasiado gris.

Se ajusta el abrigo y comprueba la navaja en su manga izquierda. La vida sigue. Joder.

Por el rabillo del ojo ve acercarse a un hombre con muy mala pinta. Y sabe por experiencia que si se acerca más no resultará ser casualidad, y será alguien contratado para ir contra él.

Y cuando el hombre le dirige una fea y torcida sonrisa él piensa: “Siempre la misma mierda.”

la misma mierda (II)

Ella cae despedida del golpe ante la puerta, y su chulo le escupe y da un portazo. Se incorpora, magullada. No es justo, piensa. Malgasta sus horas, sus días, vendiendo su cuerpo al mejor postor, a cerdos sucios y maleducados, que la tratan como escoria solo porque al pagar se creen con derecho a ello. Y todo para ganar dos puñados de dólares.

Enciende un pitillo y la oscuridad en que estaba sumido el pasillo retrocede al instante. Y apoyada en esa húmeda pared, llena de desconchados y luces rotas, medita sobre sí misma.

Lo que ella decía. Siempre la misma mierda.

Las caladas del cigarro van al compás de sus pensamientos tristes. Y por enésima vez desde que se metió en esto imagina su vida como una sucesión de errores y tristezas.

La ve pasar ante ella como una película antigua. No una de aquellas que hicieron del cine una grandeza, sino una de las primeras. Las que aun mostrando una historia no tenian sentido. Como todo.

Discusiones de vecinos surgen desde las diferentes puertas. Sonidos de cacerolas y olor a refrito, señal segura de alguien cocinando. En una televisión lejana parece estarse reproduciendo una película de amor, aquella tan conocida en la que chico rico conoce a prostituta y se enamora, y la saca del atolladero. Qué irreal.

Y la vida sigue.

Baja la escalera con un arrastrar de pies, como si aparte de su cuerpo también arrastraran el peso de sus tristezas.

En el rellano del primer piso coincide con un niño que juega con una consola portátil. Recuerda su infancia, y sonríe al verse ante el espejo, jugando a hacerse mayor y gustarle a los chicos.

El chaval alza la vista y sonrie como una burla. Y ella se imagina entonces que ese es su hijo. Que tiene un hogar, y un marido, y que es feliz, y y que le coge de la mano y que salen a la calle, y luego le compra unos caramelos y vuelven contentos a casa. Pero no hace nada de eso, y sale a la calle.

Mira el cielo. Demasiado gris.

Se ajusta el vestido y y comprueba su maquillaje, mientras se dirige a coger un taxi. La vida sigue. Joder.

Por el rabillo del ojo ve acercarse a un hombre con muy mala pinta. Se muere de asco solo con pensar en que pueda ser un cliente. Reza porque pase de largo.

Y cuando el hombre le dirige una fea y torcida sonrisa ella piensa: “Siempre la misma mierda.”

19.4.06

la misma mierda (I)

Él sale de golpe dando un portazo. De nuevo una discusión con el capitán, y siempre por la misma mierda. No es justo, piensa. Malgasta sus horas, sus días, jugándose el cuello en las sucias calles, persiguiendo a delincuentes y arrestando a malnacidos. Y todo para ganar dos puñados de dólares.

Enciende un pitillo y la oscuridad en que estaba sumido el pasillo retrocede al instante. Y apoyado en esa húmeda pared, llena de desconchados y luces rotas, medita sobre sí mismo.

Lo que él decía. Siempre la misma mierda.

Las caladas del cigarro van al compás de sus pensamientos tristes. Y por enésima vez desde que se metió en esto imagina su vida como una sucesión de errores y tristezas.

La ve pasar ante él como una película antigua. No una de aquellas que hicieron del cine una grandeza, sino una de las primeras. Las que aun mostrando una historia no tenian sentido. Como todo.

Discusiones de vecinos surgen desde las diferentes puertas. Sonidos de cacerolas y olor a refrito, señal segura de alguien cocinando. En una televisión lejana parece estarse reproduciendo una serie de policias, una de esas en que los coches vuelan y estallan, nadie muere, y los jefes no gritan ni te humillan. Y además, los buenos siempre escapan con la chica.

Y la vida sigue.

Baja la escalera con un arrastrar de pies, como si aparte de su cuerpo también arrastraran el peso de sus tristezas.

En el rellano del primer piso coincide con un niño que juega con una consola portátil. Recuerda su infancia, y sonríe al verse jugando a polis y ladrones por las callejuelas del barrio de sus padres.

El chaval alza la vista y sonrie como una burla. Y él se imagina reprendiéndole el estar allí solo, y se ve cogiendo sus datos y llamando a sus padres, y quitándole esa mirada burlona de su rostro en un momento. Pero no hace nada de eso, y sale a la calle.

Mira el cielo. Demasiado gris.

Se ajusta el uniforme y comprueba su arma, mientras camina hacia el coche patrulla. La vida sigue. Joder.

Por el rabillo del ojo ve acercarse a un hombre con muy mala pinta. Por instinto roza el revólver con la mano izquierda, en tensión.

Y cuando el hombre le dirige una fea y torcida sonrisa él piensa: “Siempre la misma mierda.”

lo que pienso

- Qué piensas?

Pienso en juntar tus labios con los míos.
Pienso en abrazos fuertes con sabor a miel, y olor de lluvia refrescante, una de ésas que cae a medio verano y que te hace sonreir sin quererlo.
Pienso en besarte el cuello, recorriendo cada centímetro con mi lengua, y morderte sin que duela, pero llegando al hipotálamo.
Pienso en mirarte a los ojos y contar hasta tres, en esa aritmética básica que tú y yo sabemos, que te impide pasar de los cinco segundos sin regalarme una sonrisa.

Y pienso en que cada vez que se te dibuja esa forma en los labios pintaré otra cruz de color rosa en mi libreta de las hazañas.

La misma libreta, claro está, en la que los círculos azules señalan las canciones que te hice apreciar.


Para G