27.9.05

sobre el nido del cuco

La escala es relativa según los ojos del que mira, el tamaño de lo observado y la cantidad de piedras lisas que acumules en los lagrimales;



Hojas inmensas, amenazadoras, selváticas y agresivas creciendo hacia el cielo blanco immaculado. Carrera de relevos del que no corre vuela entre gimnastas verdes. Respiración agitada con olor a clorofila, y los agudos gritos de la fotosíntesis a pleno rendimiento. Y a falta de brazos dejaremos que los tallos se mezcan con la brisa.



O quizás una casita construída con diminutos troncos sacados de un bosque enano, como de ensueño: robles, encinas y alcornoques, cuidados en rincones secretos por los dioses de las pequeñas cosas. Bonsáis del olvido y el silencio. Testigos mudos de que si un árbol cae y no hay nadie para oirlo, será el silbido del aire el que se lamente por su ausencia. "¿Ruido? Para qué...", se preguntarían las ramas del techo, abrazandose entre ellas con la tristeza característica de los sauces llorones.



Cuando el Sol ilumine la escena y el necio se sorprenda a si mismo observándose las palmas de las manos, la aritmética más básica os mostrará que en esto de las sumas y las restas el llevarte una no te da derecho a contar veinte.



Eso solo sucede en el parchís.





Para a* por leerme.

9.9.05

train

Y aquí estamos de nuevo, con el mismo equipaje que la última vez. Soportando en este gris andén las miradas cansadas de otros viajeros. Te observan de la misma manera, fotocopias unos de otros, ojos negros y vacíos que miran pero no ven, y caras de perplejidad como si todo fuera nuevo. Qué asco.



(se oye venir un tren por tu vía. Atento...)



Como siempre haces antes de viajar... compruebas tus enseres. Sí, parece que está todo: la mochila, la bolsa de mano, las gafas, el corazón, la cámara de fotos, la sonrisa estúpida de las partidas de póquer (las que siempre pierdes, acuérdate) y ese flyer de una fiesta a la que no fuiste. Es curioso que por más que tu rumbo cambie pocas cosas de este bagaje hayan cambiado... quizás solamente las gafas, que ahora son más opacas.



"¿Y si me equivoco?". Ésta es la pregunta que te haces. Al fin y al cabo has llegado a donde estás mediante una serie de viajes desafortunados. Comenzaste hace mucho, sin nada que perder, y quizás por eso pensaste que el Destino estaba de vacaciones. Pero el muy hijo de puta siempre hace horas extra por ti. Y aquí estás, preguntándote si esta vez te dejarás algo en el vagón. La última vez unos viajeros muy simpáticos tuvieron que avisarte de que se te olvidaba el brillo de las miradas y el hoyuelo de la simpatía.



(entra el tren en el andén... la megafonía no funciona, y el tren no lleva indicaciones...)



Ya está, es la hora. Coges todas tus cosas en mano, y mientras te dirijes a los vagones de la zona media cruzas tu mirada con la del conductor, que enseguida desaparece en el fondo de su cabina. Respiras hondo...



Y subes, y buscas un sitio libre, y te sientas, y dejas tus cosas en el suelo y en el asiento de al lado, y miras a tu alrededor para comprobar quién más viaja contigo, pero no hay nadie, y sabes que eso da igual, porque lo importante es que tu hayas cogido el tren, y miras por la ventana, y te compadeces de lo que ves.



Ahí siguen todos... seres cobardes que ante la duda y el temor a equivocarse, seguirán esperando inmóbiles a algo que los haga reaccionar. Miradas vacuas que te siguen incluso cuando el tren ya ha comenzado a moverse.



Lentamente... comienzas a dormirte, sin saber cuan largo sera el trayecto. Sí, quizás este no fuera el tren correcto...



¿Y qué? Al menos tienes sangre.





Para A, que hace mucho, muchiiisimo tiempo... me transformó en lo que soy. Jamás mereciste lo que te dí...