30.5.05

del amor (IV)

Imáginate que el tiempo se detiene de repente, y que todo lo que te rodea queda suspendido en el aire o inmóbil en su sitio, como en unos malos efectos especiales de película de ciencia ficción. En el mismo instante en que todo esto empieza, el pulso se acelera; notas ese cosquilleo en las muñecas, manadas de hormigas que bajan hasta la palma de tu mano, como enloquecidas por el palito de un niño en la entrada de su hormiguero.


Notas que la válvula que bombea sangre a todo el cuerpo aumenta el ritmo; la sangre llega más rápido a todas partes. El cerebro queda embotado, la piel te palpita y la respiración pierde el compás, imitando al pobre músico de banda que ayer no debió salir de copas.


Las glándulas de sudor que cubren toda tu piel entran en alerta. El vello se eriza a lo largo del brazo, campo de espigas mecido por una brisa cálida. Imagina también que tus rodillas dejan de funcionar, y la suerte que has tenido de estar sentado en este momento. Las mejillas se notan más tensas, cálidas, y te preguntas si habrás enrojecido y si los que te rodean se habrán dado cuenta.


En ese instante es cuando me reconoces entre la gente, me sonríes y te acercas, nos saludamos, y tu boca y la mía se hablan, y tu mirada y la mía se besan.

19.5.05

deriva

Si lo analizas, todo son inercias. Del impulso original nace ese movimiento perpetuo, convertido en sino o convertido en elección, dependiendo de tu fuerza de voluntad, de tus anhelos y de tus ganas de cambiar el mundo. Pero a todos nos pasa.


Ahora te despiertas y la luz que entra por la ventana es quizás algo más pura. Notas como se desliza sobre tu mano mientras tecleas, y te dice que quizás las elecciones están siendo las correctas, y que con algo de suerte Dios se habrá ido a jugar al póquer al universo de al lado.


Mientras mi estado de ánimo sea agridulce, mientras la tristeza aun tenga cabida y la melancolía me arrastre a ratos, seguiré creyendo en esas inercias. Y si una de ellas me sonríe, quizás bajemos juntos al bar de la esquina, a que me cuente historias sobre civilizaciones perdidas e icebergs a la deriva.


Únicamente entonces podré estar seguro del color de mis sentimientos.