25.3.05

del amor (III)

Me he sentado delante del ordenador con el corazón en un puño, derramando sentir por entre los huecos de los dedos. Pretendía escribir sobre la lluvia. Y cuando llevaba unas lineas lo he borrado.


Más tarde he vuelto a poner mis dedos sobre el teclado y he intentando escribir sobre las almas. Pero todo lo que sobre ellas puedo decir permanece distante, y no es nada que no se haya dicho ya susurrando entre las hojas.


Te acercas y te alejas, y cada vez que lo haces siento como el esquema que tengo de ti se desploma. Nunca sigues la misma pauta. Eres una especie de borrador de lo que yo quisiera que hubieras sido, o lo que yo querría que fueras. Juegas, altanera, a reirte de mis pasos.


No haces más que sujetarme la muñeca cuando he conseguido enderezarme. Me incorporo de la cama y me arrastras de nuevo hacia abajo, hacia ese sitio seguro en el que permaneces más real que en ninguna otra parte. Siempre que pienso en ti te descubro mirándome desde la esquina, o desde la otra punta de la habitación, apoyada en la pared y con esa sonrisa de la que ya hemos hablado.


Pero siempre intangible.


No se si lo sabes, pero cada vez que te escribo te regalo una parte de mí que siempre había guardado dentro. No creas que no siento el hecho de conocerte como te conozco. Si no fuera así, firmaría mil pactos para que nuestros caminos dejaran de ser hebras de oro entrelazadas, y se convirtieran por fin en una fina cadena de plata y lágrimas.


Y tan pronto como te quiero te odio. Algún día te pondré cara, ojos y cuerpo, y dejarás de ser un conjunto de retazos sacados de mi mente.


Hasta entonces, pues.

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